domingo, 27 de febrero de 2011

Sodoma's market




Fuimos enviados especiales,

cantantes circunstanciales.
Optimistas con suerte.

En órbita.

Amantes espaciales.

Devotos estacionales.
Invitados de la muerte.




"Crónica de un desastre manifiesto y anunciado"


Pero qué guapos son todos, ellas con sus mechas incapaces de prender y ellos con sus pañuelos prendidos en la solapa. Les gobiernan las vidas una capitalidad pretendida y capitalizada, un alcalde fondón y asquerosito (el maestro dixit) y la estela de un Pisuerga venido a monsergas antes que a juergas.



Atrincherados en la zona sucia, a salvo del rumor serpentino en lenguas precoces y procaces, dentro de un perímetro señalizado por carteles ignorados, combatido el aroma a intimidad con toneladas de indiscretas azucenas. No es insoportable nuestra pena. Sobrevivimos con el menú básico que nos ofrece el servicio de habitaciones: leche, galletas y a nos -corazón mío, a nos-. Derrochamos el gel sobre el desaprovechado wengue. Sin reprocharnos el despilfarro.



La cámara no logra captar con nitidez la humedad absoluta. El suelo resbala como lo hacen las ruedas sobre la lluvia. Creo que va a empezar a llover y yo querré mirarte en el espejo; entre las hojas y los troncos devastados de los Alatriste reverterium. Nos devolverán las grietas de papel en la pared el reflejo de las voces, de vuvuzelas humanas, de zulúes devorando la paz de un vecindario.



Dejo la cofia sobre la mesilla y el plano para llegar al barco pirata sobre un mañana.


jueves, 24 de febrero de 2011

El sugus exterminador




Para saber de amor, para aprenderle,
haber estado solo es necesario.


Pandémica y celeste,
J. Gil de Biedma



A veces, conduzco nocturna y solitaria por carreteras desiertas buscando la complicidad de la luna tras el parabrisas. Me presto a su juego de escondites y melancolías para tomar primero Manhattan y escapar después far, far away. Siempre me pilla la huída con las mismas botas puestas y un cigarro encendido entre los labios. Se esfuma el rencor, si es que alguna vez lo hubo. Se consumen los reproches hasta quedar reducidos a cenizas. Disfruto del suspiro que acompaña a la última calada y levanto los ojos para seguir mi camino. Siempre hacia delante, dear NB.


A veces, el oso pardo -fiero y hambriento- que me guarda la cama lanza su gruñido rompiendo mi sueño como lo haría un cristal que estalla en la madrugada. Cubro su boca con mi mano y le dejo que practique la lectura. El plantígrado, avezado en quiromancia, rechaza su naturaleza omnívora y me deja abrazarle en silencio. Los dos preferimos no entrar en coloquios sobre lo jodido del trazado en según qué puntos del mapa. Nos quedamos dormidos. El sueña con la llegada del próximo invierno. Yo termino mis cuentas y empiezo mi cuento sabiendo que la prórroga es tiempo de descuento.


A veces, las palabras son condenadas a prisión por jueces implacables. El peso de una ley aquejada de obesidad mórbida aplasta a la poesía y su flaqueza. Comparten celda un "te" que perdió con la tilde su coartada y un "quiero" que no pudo a pesar de dejarse la vida en el empeño. Se tumban en sus catres y susurran planes de fuga.


A veces, y sólo a veces, la vida se me pega al cielo del paladar como un sugus exterminador.
No soy un caramelito en dulce.
No soy un ángel.

sábado, 19 de febrero de 2011

De mi verde encalado



La memoria es el perro más estúpido,
le lanzas un palo y te trae cualquier otra cosa.

Tokio ya no nos quiere, Ray Loriga



Un giro de 1260º, siempre hacia la izquierda, hasta encontrar el sitio. Mirada panorámica en blanco y negro que deja a la vista un viejo jersey doblado en el armario, empotrado entre el ceñido corsé del salvaje oeste y la franela desgastada de las noches de largo. Secretos cifrados entre letras y cuerdas tañidas. Recitales de frases, profases, metafases, anafases y telofases. Mitomanía de significados y entonaciones de tres lustros y cinco trienios de un prometo amarte. Arte que se tambalea y logra helarte, calentarte o camelarte.


[La infusión de ayahuasca servida en el tazón, aún humeante. Desayuno de certidumbres y temblores, puerta abierta a la percepción de lo negado.]


Vuelve a despertar Madrid llorando. Alguien se llevó su mar y su luna debajo del brazo. Se extinguieron las sirenas, acalladas por aullidos de feroces lobos esteparios. Se rompieron las cadenas, eslabones esculpidos en seda y hierro forjado. Se emborronaron las tintas, doloridas de pasar tantas noches esperando. La gran broma final levanta catedrales en antiguos solares. De lo estéril y plano a lo redondo y pleno. Encajan las piezas de un puzle que siempre fue un dibujo en blanco.



martes, 15 de febrero de 2011

Lagartijas del apocalipsis




Las aes luchan por su plural como lo hacen los cientos.
Por una ese suprimida sangran los fuiste, quisiste y soñaste.
Contra viento y marea se dejan la piel los cuanto más.


La mediocridad, con su filancia pegajosa que a todo trata de adherirse, acecha mis febreros no bisiestos. Huyo de ella y logro darle esquinazo aunque me persiga entre sonrisas cínicas y elogios lisonjeros; aspiro la mucosidad que llena los pulmones del mundo y abro de par en par las agallas para estornudar mi verdad con el sonido de fondo de La zona sucia en la que chapotea Mr. Vegas. No nos atrapa lo desalmado de un apocalipsis ajeno con sabor a sumisión. Arrastra la lluvia el miedo de las lagartijas a desprenderse de su cola.


Mientras, se espuman las mañanas renuentes al sopor y se abrigan las noches condescendientes al amor. Hay quien sabe jugarse la boca sin excusas. Los charcos se hicieron para saltar y salpicar, no para esconder cabezas de avestruz a contraluz.

miércoles, 9 de febrero de 2011

Mosquita quita




Desatiendo lo obligado
por la súbita atracción de lo potestativo.



Me recreo en los laberintos oscuros de la mente humana y descubro, próxima a los 34 inviernos, una maraña de filias de índole sexual que me desconcierta y me sorprende. Hay quien se excita, queridos, vistiendo pañales. Diaperismo lo llaman. En la misma línea, el pegging revuelve la teoría freudiana y le da a la mujer heterosexual el puesto de mando para penetrar a su pareja, arnés mediante. Cositas que no siempre se pueden comentar a la hora del café en el puesto de trabajo.


Es por ello, por el qué diran quienes comparten conmigo asueto y excusado, que me callo mi atracción recién descubierta -sádica y electrizante- de chamuscar insectos voladores con las palas del desfibrilador. Ardo en deseos de que llegue el buen tiempo y se cuele en mis dominios alguno de esos seres molestos y cansinos para pulsar el botón de descarga y sofreirlo sin pasta conductora. No encuentro en ello, a priori, motivos para lo lúbrico, pero despierta en mí una curiosidad morbosa saber si con el gesto me temblarán las manos. Si podré hacerlo sin ponerme guantes. Si encontraré la relación idónea entre el peso de la posible víctima y la energía en julios necesaria para el socarramiento. Si lograré justificar la desinsectación en términos de coste-beneficio.


Cualquier excusa es buena para dejar volar la imaginación. Incluyendo entretenerse con el vuelo de una mosca.


lunes, 7 de febrero de 2011

Pompas de dragón (IV)



The master of the sopas
[Diario de un dragón poco convencional]



[...] Tenía el mismo espíritu aventurero que una mosca Glossina, indeterminado. También tenía su misma dosis de malaje reconvertida en somnolencia fatídica, la ilusión de que le crecieran dos alitas transparentes que se replegaran sobre su abdomen y el hondo deseo de abrir los ojos al mundo y olfatear su podredumbre. Particular visión del paraíso. [...]


No pude resistirme y subrayé ese párrafo del libro, incumpliendo las normas básicas del préstamo bibliotecario. Pensé que me impondrían una sanción ejemplar cuando acudiera a devolverlo, pero no hubo oportunidad para tal cosa. Cuando el pasado sábado aproveché los primeros rayos de sol para salir a comprar el pan y acercarme al templo de la cultura de alquiler gratuito dando un agradable paseo, me encontré con una sorpresa molesta. Adornando la puerta de entrada, bajo el cartel giratorio de abierto, habían colgado mi foto y escrito un prohibido el acceso que me arrancó dos lagrimitas encendidas. No se habían molestado siquiera en retocarla con photoshop; las mismas ojeras que vestía el día que me hice el carné, con esa luz tan poco favorecedora de los fotomatones callejeros, lucían ahora públicamente negándome el paso.


Consternado y enfurecido a partes iguales, giré sobre mis patas traseras y emprendí la vuelta a mi guarida. Devoré el pan por el camino, más por ansiedad que por apetito, y me refugié en el hueco favorito de mi hamaca. Allí, sentado, no pude si no preguntarme una y otra vez: ¿qué hay de malo en que un dragón lea? Después de lamentarme amargamente por mi jodida suerte, me dio por pensar que ellos se lo perdían. Había organizado al detalle un club de debate literario con traducción simultánea al dragoélico y suficientes extintores para hacer de las más acaloradas discusiones pecata minuta. Incluso tenía pensado amenizar las tertulias alimentando la intelectualidad con la crema de zanahorias caramelizadas que mi madre me enseñó a hacer para ocasiones especiales. Receta sublime, secreto de familia, que espabilaba las neuronas bañándolas en el caldo gordo del jugo de las endorfinas. Ignorantes...


Para acabar de sacudirme el malestar y quitarme de las pupilas esa foto mía robada a traición, me preparé una sopa. No una sopa cualquiera. Cocí a fuego lento la sopa que sopapea a todas las sopas, la única e incomparable, the master of the sopas. La que selecciona las letras que mejor ilustran los pensamientos y las apresa en cucharadas silenciosas. La que sumerge en el sopor de la mosca tsé-tsé, confabulándose en siesta. Con el regusto en el paladar de su fuck off dejé que se me cayera la baba.

miércoles, 2 de febrero de 2011

De pos(t)datas y po(etas)





Vio chacales que vagaban por calles llenas de escombros en una ciudad en ruinas. Vio llamaradas y elevaciones, y un aeroplano celestial que bajaba del cielo. Vio cosas que era imposible que hubieran pasado, pero parecían tan reales y se asustó tanto que tuvo que volverse hacia su mujer, que yacía junto a él, y succionar sus pechos de luz asombrosa.


Los buscadores de placer, Tishani Doshi



&


Tengo un mi menor plural que se declara alérgico a la silicona. Que despunta con los primeros fríos y se deja entrever en el vaivén del desencuentro de los ojales y botones de mi camisa. Que no da el do de pecho y se entretiene en el re y en el la del que se relame poniéndome a tono. Sostén del deseo propio y ajeno. Alimento que acuna el futuro. Clave de sol de un corazón que dejó atrás las tinieblas.


Ochenta y cinco B, Mrs. Nancy