martes, 22 de octubre de 2013

Irreverencias otoñales

 



 Del sueño irreverente de una noche de otoño


Jesucristo yacía relajado sobre la camilla de masajes. Tosió un par de veces por el humo del incienso y mantuvo los ojos cerrados en espera de contacto físico. Después de mil novecientos ochenta años sin sentir una triste caricia, ese día, por fin, había llegado el momento. Su túnica colgaba de una percha de Ikea. Bajo ella estaban sus sandalias, necesitadas sin atisbo de duda de una manita de agua y un tintín de jabón.  Una toalla de algodón blanco rizado cubría pudorosamente la zona innoble del susodicho; dejaba al descubierto toda su espalda y sus piernas desde mitad de muslo.  


Su visión ante mis ojos fue casi una experiencia religiosa. Le reconocí aún estando de espaldas y le pregunté si le podía llamar simplemente Jesús. No hay problema, contestó. Me detuve en su voz mientras entibiaba el aceite en el hueco de mis manos: era cálida y profunda, varonil. Me puse al lío sin más demora tratando de controlar mi propio desconcierto. Sé hacer mi trabajo, me dije: primero suave deslizamiento, después movimientos circulares y más tarde amasado, presión y estiramiento. Una hora y media de roce epidérmico lubricado que dio de sí lo suficiente para oírle suspirar, quejarse tímidamente por alguna contractura y gemir de gusto. Y también para que a su pregunta directa de cómo va el mundo yo respondiera sin filtrar: "Sólo regulín. Que un tío como Cristiano Ronaldo se saque la chorra en público despierta mucho más interés y acapara más recursos que cualquier masacre humana  o el crecimiento imparable de la desigualdad social". 

Mi perplejidad por haberle soltado esa frase sin que mediaran mecanismos de control básico pasó a un ultimísimo plano cuando Jesús, recobrando su incuestionable vigor y olvidándose del masaje, se giró de sopetón para levantarse de la camilla mostrándose como Dios le trajo al mundo. El movimiento inesperado y el paisaje a contemplar me nublaron el raciocinio de tal modo que en mi magnífica confusión sólo pude centrarme en las bondades de la naturaleza y bendecir al otoño por llevarse las hojas de los árboles y no encontrarles nueva ubicación entre sus ingles.  

Y fue así,  tomando como punto de partida aquello del follaje caducifolio y llevándolo por la vía ecuménica del poder seductor de la redención, como se alcanzó el final feliz al que están obligados los cuentos, los milagros y los masajes. 


P.D. Si son de rezar, les ruego: oren para que este sueño se repita y, a poder ser, para que se quede sin pilas el despertador.


sábado, 19 de octubre de 2013

Estruendos con silenciador


 


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World Press Photo 2013

Fotografías de 
Fausto Podavini    &     Majid Saeedi


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Soy el que sabe que no es menos vano
que el vano observador que en el espejo
de silencio y cristal sigue el reflejo
o el cuerpo (da lo mismo) del hermano. 


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Baila con el corazón apuñalado,
canta y ríe porque la herida es danza y sonrisa. 
Es inútil explotar.
La herida  duerme tranquila.


                   Soy              -      La bailarina  apuñalada
J. L. Borges     &          N. Al Malaika



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Disparos ensordecidos del ojo tras la cámara.
Desgarros de verdad en el estruendo de la tinta.
Olvidado Código Morse al rescate del sentir del alma mía.


viernes, 18 de octubre de 2013

Oda al Ciclo de Krebs





Una prosa puede corromperse como un bife de lomo. Asisto hace años a los signos de podredumbre en mi escritura. Como yo, hace sus anginas, sus ictericias, sus apendicitis, pero me excede en el camino de la disolución final. Después de todo pudrirse significa terminar con la impureza de los compuestos y devolver sus derechos al sodio, al magnesio, al carbono químicamente puros. Mi prosa se pudre sintácticamente y avanza -con tanto trabajo- hacia la simplicidad. Creo que por eso ya no sé escribir "coherente"; un encabritamiento verbal me deja de a pie a los pocos pasos.

Mr. J. Cortázar


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"Descarboxilación oxidativa del ácido pirúvico en un proceso catalizado por el complejo enzimático piruvato-deshidrogenasa": así se produce la entrada del pirúvico, producto final de la glucolisis, en el Ciclo de Krebs. Y desde ahí, la cosa metabólica sigue: no hasta el infinito y más allá, sino hasta que las celulitas que nos mantienen vivos consiguen su energy para seguir funcionando como mandan los cánones y exige la bioquímica.


Aprendí de memoria hace años un galimatías que, para mi sorpresa, sigo hoy recitando como un mantra. Creo que si quedó pegado con superglue en alguna parte de mi cerebro fue por lo rocambolesco de las palabras y por lo mucho que me costó memorizarlas. Que si a lo bello se le suma lo dificultoso, el conjunto gana enteros. Y una (o uno tal vez) empieza a hacer suyo eso del esfuerzo y su consiguiente recompensa o, si ésta no llegara como ocurre con frecuencia, el calorcillo de la paz inundando el mediastino por haberlo intentado con denuedo.


Porque igual la cosa de la simplicidad y la facilidad no está hecha para todo el mundo y lo que a unos les viene regalado de serie a otros nos cuesta un mundo. Pero, así las cosas, más vale ponerse a ello que renunciar por pereza, miedo al fracaso o presunción de incapacidad para lograrlo. O, lo que es lo mismo, que aceptando lo que tenemos y no podemos cambiar, hay que echar el resto. Por coherencia interna y por encabritamiento vital.  


Que alguna jodida vez, quiero pensar, el cielo nos dará un respiro
Y empezaremos a olvidarnos de tanto metabolismo anaerobio. 


miércoles, 2 de octubre de 2013

La levantá del otoño

 
 
Tu espalda es el ocaso de septiembre,
un mapa sin revés ni marcha atrás,
una gota de orujo acostumbrada
al desdén de la mar.
 
 
Mr. J. Sabina


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Tres mil kilómetros largos on the road y un juego inventado para la ocasión: contar las víctimas de bajo peso específico y alto pelaje que se cobra el asfalto. Conejos, puercoespines, ratas, ratones y algún que otro parajillo 'despistao'.  Extrapolar los datos y llevárselos de aquella manera a la vida. Sonreir pensando que tal vez sea cierto que estemos locos, loquitos de atar, pero que así somos y no parece necesario -ni siquiera conveniente- pasarse al bando de los cuerdos con premura. 
 
La levantá del otoño me ha pillado con escamas en las manos y generosas reservas de salitre en la mirada. Y eso, aunque haya quien jure y perjure que el mar es desdeñoso, es muy de agradecer con alegría además de impagable.

Un mes sin escribir y de nuevo en casa. Que es Rusia, Gijón, Huesca o Madrid.
Sin mapas. Sin marcha atrás.
Con ganas, ganitas de verdad, de volver a nadar en mar abierta.