El mundo de los supositorios, oscuro y acallado a pesar de su calado, se presta a la honda reflexión. Su efecto, que siempre supone alivio, se logra al fundirse con el calor del cuerpo. Toda una declaración de intenciones teniendo en cuenta que -en espera de entrar en escena- han de conservarse refrigerados. No gozan de un séquito de defensores que aboguen por su dignidad. A nadie le importa un carajo que, sí o sí, acaben siempre en el mismo sitio. Destino aciago. Advertencia: no es la punta lo que ha de entrar primero si se elige el camino habitual.
El mundo de los jarabes da para tres libros de recetas. Los que saben a golosina de jugo de gumibaya merecerían un poema. Los que se preparan en marmitas, también. Se dosifican con elegancia en discretas cucharadas y se perfuman de lo lindo. Del Barón Dandy de la metoclopramida al Roger Gallet del ibuprofeno en dosis pediátricas. Si existiera el de insulina, con su aroma a tarta recién horneada en el alféizar de la abuelita, sería una droga de abuso. Unos privilegiados.
Entre lo uno y lo otro, está la vía intratecal: el chute directo al cerebro.
A veces qué remedio. Otras qué relamerse.
My darling,
ResponderEliminarLo dice usted todo tan bien que me dan ganas de sustituir el estofado de ternera de este almuerzo por el botiquín vuelta y vuelta y sin miramientos. Suicidio delicioso.
Mis besos enfrascados para administrar en cuchara pequeña después de cada comida: 1-1-1
Querida,
ResponderEliminarSus besos, que son medicina y golosina, tienen posología poética: al alba, al mediodía y al anochecer.
Y su cucharadita, más que contener la poción, la acuna.
Darling, me pongo en sus manos de enfermera del alma sin sombra de duda.