A veces, mi egoísmo me llena de maldad,
y te odio casi hasta hacerme daño a mí mismo:
son los celos, la envidia, el asco al hombre,
mi semejante aborrecible, como yo
corrompido y sin remedio,
mi querido hermano y parigual en la desgracia.
A veces -o mejor dicho: casi nunca-,
te odio tanto que te veo distinta.
Ni en corazón ni en alma te pareces
a la que amaba sólo hace un instante,
y hasta tu cuerpo cambia y es más bello
-quizá por imposible y por lejano-.
Pero el odio también me modifica
a mí mismo, y cuando quiero darme cuenta
soy otro que no odia,
que ama a esa desconocida cuyo nombre es el tuyo,
que lleva tu apellido,
y tiene,igual que tú, el cabello largo.
que ama a esa desconocida cuyo nombre es el tuyo,
que lleva tu apellido,
y tiene,igual que tú, el cabello largo.
Cuando sonríes, yo te reconozco,
identifico tu perfil primero,
y vuelvo a verte, al fin,
tal como eras, como sigues siendo,
como serás ya siempre,
mientras te ame.
Carta sin despedida, Ángel González
Le comenté: Me entusiasman tus ojos.
ResponderEliminarY ella dijo: ¿Te gustan solos o con rimel?
Grandes, respondí sin dudar.
Y también sin dudar me los dejó en un plato y se fue a tientas.
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Eso era amor. Ángel González.
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Besos, en huelga, reivindicando un trabajo digno con más pasión y menos temor.
Mi querida Mrs. rkl,
ResponderEliminarHuelga decir que hay un Ángel que nos guarda a ambas desde el cielo.
Sabe usted de qué le hablo: a veces se vuela y otras se vive en bajito.
Shhhhh... que el mar no se despierte. Que siga dormido entre mis brazos y los suyos.
Besos silenciosos. Dulces.