Dejé por ti todo lo que era mío.
Dame tú, Roma, a cambio de mis penas,
tanto como dejé para tenerte.
R. Alberti
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Si supiera dos palabras de italiano distintas de prego y grazie no me atrevería a decir alegremente que Fellini es a fetuccini como Mastroianni a melanzane. Pero me puede la desvergüenza y, con ella, esa entonación melódica y distintiva que hace de la oratoria canto. He de confesar que -desde el primer segundo- la ciudad eterna me adoquinó il cuore hacia lo pagano y embarró el camino de lo sacro.
Porque entrar en la Basílica de San Pedro y sentirme idiota de remate fue todo uno: visualicé la hucha del Domund y esos cinco duritos en moneda única que aportaba con ingenua asiduidad de niña y me llevaron los demonios en la mismísima casa de Dios. Con la sola contemplación del espectáculo llenando los ojos, surgió un neón en mi cuerpo calloso (el que comunica los hemisferios cerebrales y nos permite interrelacionar lo uno con lo otro) que rezaba: «Voto de pobreza». Lució con tal fulgor, tan bien escrito en tipo de fuente palatino y tamaño el más grande, que se fundió en un instante, dejándome embotados los sentidos y avinagrada la filantropía. El chisporroteo eclipsó lo eclesiástico y dio paso a mi particular fumata blanca; un cigarrito al aire libre que me hizó renegar del Sancta sanctorum y recobrar el quórum para rendirme a ese otro Dios. El de Mr. Cohen. El mío propio.
Después me perdí en pensamientos peregrinos; si se consideraría enfermedad profesional la cervicalgia crónica de Michelangelo Buonarroti o si para vender rosarios, estampitas y demás hay que comulgar con el capitalismo catolicismo. Todo ello con el dulce tarareo de Sisters of Mercy como música de fondo y un dolor de pies que me subía en espiral por ambas piernas hasta entrar "en capilla". Y también, a qué negarlo, con ganas de más. De esa otra Roma que ni es paraíso fiscal ni tapa partes pudendas con paños absurdos: la que presume de ruinas y exhibe la desnudez de sus estatuas hasta petrificar las lágrimas de nuestra historia.
Con su Bocca della Verità y mi verdad, susurrada en este boca a boca.
Mola tu guía Botwin Planet, desde ese Alberti nostálgico en su exilio del Trastevere hasta esa Bocca donde nunca pude meter la mano.
ResponderEliminar(Oye, ¿le pasa algo a tu blog? Me cuesta mucho comentar en él porque hace cosas raras)
Baci.
Aquí, querido Pazzos, nada de lo que ocurre es del todo normal, pero eso ya lo habrá notado.
ResponderEliminarLa guía Botwin Planet (mola el nombre que le ha puesto) es más un diario de mi trastear en el Trastevere que otra cosa. Un gusto, en cualquier caso. Como este beso que le envío mientras releo su Gramática Parda. Ciao.