Resbala mi pluma entre el corazón y las piernas entreabiertas como una cowgirl de medianoche, seductora en su cursiva. Se escapan las palabras acalladas por la voz, sin ancla que las fije más allá de la propia locura. Vienen hasta mi vagabundas, ansiosas, vacías de realidad, repletas de deseo. Todas las que caen rendidas ante los muros de la diplomacia, la educación, la conveniencia y el respeto. Las que no pueden escapar vibrando por el aire por temor a ser escuchadas por los oídos inadecuados.
Suelen detenerse antes de fijarse para siempre en el papel por temor a ser descubiertas ante mis propios ojos. Como si no las conociera desde hace tiempo, sabiendo como sé que giran en el mismo sentido absurdo en que lo hacen mi fe y su tibieza. Como si no conociera las extrañas piruetas a que se prestan para desoir las preguntas de siempre, para disfrazar en la demora eterna las respuestas. Me entretienen recordando tiempos pasados en los que premiaba su franqueza dejándolas viajar a países lejanos, permitiendo que coquetearan ante la mirada íntima de quien las desnudaba. Volvían trastornadas, traslocadas, perdidas en la traducción de quien se dejaba acariciar por ellas.
En su ciclotimia alternan sonrisas maliciosas con lágrimas de incomprensión. Es lo propio de esta convivencia en las profundidades del alma.
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