Anoche, cuando la oscuridad en la jungla comenzaba a hacerse inquietante, me puse en marcha. Caminé sin rumbo, dejándome guiar por la intuición y por mi instinto de supervivencia. El objetivo era dar con el mercado negro: necesito un vehículo para desplazarme. Después de andar durante horas, llegué a mi destino. Entre casas de masajes y partidas clandestinas, encontré un tugurio donde tomar una copa. Al entrar noté que apestaba a tofu, a sudor, a alcohol de quemar y eché de menos el aroma del napalm, como nunca antes hubiera imaginado. Me aposté en la barra y pedí un trago del destilado local. Un tipo se acercó hasta mí desde el fondo, con su bourbon aguado en la mano. Me llamó nena, me preguntó si quería pasarlo bien. Encendí un cigarrillo, le sonreí y le pedí que se muriese. Aquel tipo olía a derrota.
Bebí y fumé hasta que encontré mi sangre templada, y entonces, haciendo acopio de valor, salí a la calle. Pude ver sombras amenazantes entre los portales, pude masticar el peligro. Esquivé el miedo, con firmeza, porque tenía una misión que cumplir. Escuché varias ofertas de dealers despiadados y finalmente cerré el trato con el único que me miró a los ojos mientras negociábamos. No tenía la mirada limpia, por supuesto que no, pero olía a victoria.
Emprendí la vuelta a casa; a esa casa mía construída con bambú; a esa, mi guarida, levantada en medio de la jungla; a ese refugio que crecía treinta centrímetros cada día. Oí a lo lejos, en la madrugada, el susurro de alarmas disparadas. Encendí fuego para sacarme la humedad de entre los huesos. Me serví un trago que quise fuera hipnótico y me senté en la tierra. Saqué del bosillo improvisado entre mi piel y mi vestido un billete con destino a ninguna parte. Lo eché al fuego. Y entonces, creo, me dormí. Con el olor del napalm acurrucándome, con su sabor impregnando mis labios.
Mariposas kamikazes, Mrs. Nancy Botwin
Llevaba días caminando ,adentrándome en su jungla,buscando respuestas que ni siquiera sabía realmente si quería encontrar...cuando sentí aquel aire cálido en mi nuca,dude en girarme,sabía que estaba allí y el miedo me atenazaba.
ResponderEliminarEra tarde,el cansancio dolía,pero me volví para descubrir el brillo de sus ojos entre la maleza y entonces me di cuenta de que había recibido un regalo...su sóla presencia
Y mirando a la luna volví a verla y supe que estaría ahí para siempre
Mi preciosa Nancy Botwin
Estimada Mrs. Nancy:
ResponderEliminarMe tomará usted por loco, pero he de decírselo.
Ayer por la noche, de madrugada, algunas mariposas indiscretas me desvelaron.
Desprendían un aroma característico, como a napalm.
(No sé si conoce el olor pero es intenso, atractivo, y perdura.)
Me hablaron de usted y sus aventuras en la selva.
Y entonces soñé, con su relato, con su aguardiente, sus miedos, sus tobillos.
Me perdí en su vehículo y noté el calor de su fuego.
Al despertar, las mariposas habían desaparecido.
Me dejaron un relato suyo. Un regalo.
Gracias
Kurtz
Mi querido catkiller,
ResponderEliminarSus palabras, sus gestos, sus maneras, sus formas, su valentía, su sinceridad... Usted es, en esencia, mi regalo.
Cuando anoche le vi reflejado en la luna mi corazón sintió lo mismo que el suyo. Andan perfectamente sincronizados.
Precioso su escrito, tanto como su manera de estar en el mundo.
Estimado Mr. Kurtz,
ResponderEliminarMe tomará usted por loca, y hará bien.
En la jungla hay que aprender a sobrevivir.
Que alimenten sus sueños mis relatos, de la misma manera en que el napalm -con su aroma intenso, atractivo y duradero- alimenta los míos.
No me dé las gracias, no ha lugar.
Siempre es un placer escribir.