El día del juicio final ella no se andaría con contemplaciones.
Tenía pensado no agachar ni un instante la cabeza en su presencia, ya fueron demasiadas reverencias. Ni siquiera le saludaría cordialmente, pues siempre estuvo a su lado, en teoría. Sólo se tomaría la molestia de mirarle a los ojos cuando le tuviera frente a frente. Le cogería de la solapa sintiéndose con derecho y le preguntaría ¿te gustó?, ¿fue divertido?
No esperaría respuesta.
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Escribí un cuento sin final.
Las perdices que saqué de la nevera prefirieron que las estofara con pétalos de rosa y ese ingrediente secreto de la salsa. Por estúpido que parezca, puse dos platos en la mesa. Imaginando que ese tímido gesto ampliaba de alguna manera mi horizonte. Después dormí la siesta y así, ensoñándome, aproveché para seguir juntando sus perdices y pétalos con mis entrelineados y silencios.
Hoy las conté; 131 páginas. Algunas aún en blanco.
Jugando con mi almohada, Mrs. Nancy Botwin
Cómo queman las hojas en blanco misses...casi tanto como su tequila!
ResponderEliminarKurtz
Querido Kurtz,
ResponderEliminarOlvídese ahora del otoño y de sus hojas caídas. Deje la mente en blanco y sienta como se le inunda la boca de amargo licor, ardiendo su garganta. Hay dos vasos en la mesa. No sea tímido, uno es para usted.
Por el napalm y su olor a victoria en cada una de nuestras derrotas.