Sus botas, golpeando contra el suelo, marcaron un ritmo conocido; impreciso, borroso, certero.
Vaguedades en la memoria, calambres en el alma.
Sabía de leche. Una vida entera ordeñando.
Se ensimismó.
En números: litros de leche por vaca, número de vacas ordeñadas, días de ordeño.
En sensaciones: olor a estiércol, mugidos, moscas zumbando.
En letras: cada vaca por su nombre, inconfundibles.
Sus botas, golpeando contra el suelo, marcaron un ritmo conocido; doloroso, secreto, vacío.
Desengaños en la memoria, convulsiones en el alma.
Desengaños en la memoria, convulsiones en el alma.
Aquella mañana en que despertó con el alba para hacer lo mismo de todos los días, lloró. Vio sus propias lágrimas estampándose contra la capa de nata amarillenta y espesa que cubre la leche. Rompiéndola, gota a gota, hasta traspasarla.
Había soñado que algún día podría escapar de aquel establo.
Había soñado que algún día podría escapar de aquel establo.
Sus botas, golpeando contra el suelo, marcaron un ritmo conocido: el de sus pasos, yéndose poco a poco.
Desiertos en la memoria , glaciaciones en el alma.
Siempre supo que nada de todo eso le pertenecía. Sacó de su camisa un cigarillo, buscó fuego en el bolsillo de su pantalón y dio paso a la lenta combustión. Contempló el conjunto, tan querido y familiar durante todo este tiempo. Y con la última calada quiso convertirse en humo y disolverse sin esfuerzo en el aire.
Sus botas, golpeando contra el suelo, marcaron el ritmo final.
Deleites en la memoria, desasosiegos en el alma.
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