Nadar sabe mi llama el agua fría
y perder el respeto a ley severa.
Venas, que humor a tanto fuego han dado.
Médulas, que han gloriosamente ardido.
Serán ceniza, mas tendrá sentido;
polvo serán, mas polvo enamorado.
polvo serán, mas polvo enamorado.
Francisco de Quevedo
&
Quiso ser astronauta a pesar de todo. Los primeros test de personalidad, esos que se cumplimentan como si de un juego se tratara a edad temprana y en la escuela, avisaron del peligro. Altamente inflamable, concluyeron. No debería ser arrojada al fuego ni al espacio sideral ni a los leones; ni siquiera vacía de sí misma. Pero no quiso renunciar a su sueño y se fabricó en muchos ratos libres un traje especial, ignífugo, y una escafandra a medida, donde cupiera su poesía incandescente.
Llegado el día, desoyendo las indicaciones de la torre de control y el personal de emergencias, inició la cuenta atrás. El despegue, un fracaso rotundo, le supo a éxito absoluto. Ni siquiera apreció el olor a chamusquina que nacía en su espalda y le rondaba ya un tobillo. Se sintió feliz, despreocupada; refugiada en una burbuja donde las palabras flotaban y la gravedad era, cuando menos, relativa.
Una mujer ardiendo en cualquier lugar distinto de Manhattan no era nada del otro jueves, sino de ese lunes. Un lunes de apertura de escotillas y colosales llamaradas; de reservorios de aliento y sonrisas no impostadas.
Poesía ignífuga, Mrs. Nancy Botwin
Una mujer ardiendo en cualquier lugar distinto de Manhattan no era nada del otro jueves, sino de ese lunes. Un lunes de apertura de escotillas y colosales llamaradas; de reservorios de aliento y sonrisas no impostadas.
Poesía ignífuga, Mrs. Nancy Botwin
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