Recuerda que yo existo porque existe este libro,
que puedo suicidarnos con romper una página.
L. García Montero
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Transcurre el verano con mi lento discurrir. De vuelta a casa, tiendo a infinito antes de ponerme a tender lavadoras y entiendo que en Yellowstone las cosas pintan de un color distinto al verde. Leo sobre bandas de chimpancés, descamisados, glotones, tumultuosos y viciosos (Escupiré sobre vuestra tumba, B. Vian) y releo la poesía tragicómica de las esquelas de los ahogados y las espinas de los pe(s)cados. Para salvaguardar la razón, más bien escasa, apuro el último día de asueto con un dolce far niente que me incita a bucear en las palabras.
De sagas interminables a gasas impepinables.
O el salto cualitativo del fin de las uves en mi calendario.
Mal trueque éste del mar por el asfalto, me digo. Y dejo pendiente para mañana el emparedado, el empapelado y el engastado -angosto- del costo. Será en agosto.
La ocasión de revolver, Mrs. Nancy Botwin
Llegó agosto, querida, y me pongo sin titubeos con las manos en su emparedado, empapelado y engastado. Y me opongo sin titubeos a este asfalto que a veces - sólo cuando usted escribe - huele a mar.
ResponderEliminarParece el momento idóneo para brindar con
ResponderEliminarA(n)gostura, ¿no le parece?
Nos sobran los motivos siempre, darling.
Por su nueva inspiración poética y mis dos años bailando descalza.
Por las algas del asfalto y los semáforos disfrazados de banderas (verdes, ya sabe) que ondean en las playas.
Por la Caperucita rebelde enamorada del lobo feroz.
Por los dragones que eligen sus propias aventuras.
Y por todo lo bonito que anida en su escribir.