Autorretrato
[Diario de un dragón poco convencional]
Soy razonablemente feliz: es la primera frase que dije cuando conocí a mis compañeros de trabajo a la hora del café. Pensé, porque todo lo tengo estudiado, que no sonaba a dragón "chulito de playa" ni tampoco parecía implorar compasión. Y sobre todo pensé que no me harían demasiadas preguntas por ser nuevo, respetando mi intimidad; me equivoqué. La vida del recién nombrado Super Agente 86 Alado -A86A en clave, sin S de Super para evitar suspicacias- despertó el interés de todo el mundo al instante. La gente que estrena un dragón en su entorno pierde el decoro en un pestañeo. No sólo preguntan si tienes hijos o te gusta el fútbol: quieren saberlo todo. Si te gusta comer niños o te resultan indigestos, cuándo aprendiste a volar, cómo te las apañas para arrimar escama. Con lo que me gustan a mi las sutilezas, el descubrirse poquito a poco...
Estaba "recién aterrizado" (broma entre dragones manida donde las haya) cuando me asignaron el Caso Miso. Un enredo turbio entre mandamases internacionales que tras una noche de desenfreno conjunta se regalaron mutuamente bombones envenenados. No puedo dar más detalles. Se evitó una guerra y eso basta. Lo cierto es que mientras visitaba todas las bombonerías en un radio de 29.000 km -área cero- me sorprendió ver una invasión de carteles de San Ventolín adornados con corazones. ¿Habrá una incidencia alta de asmáticos que se pirren por el chocolate?, ¿nebulizarán el producto con salbutamol sin suplemento en el coste?, me pregunté. Quise comprarlos para probar, que no se diga que los dragones somos tiquismiquis, pero se salían de mi exiguo presupuesto. Desolado, como no podía ser de otra manera, avancé sin rumbo por la calle. Me detuve frente a una floristería, ante la visión magnífica de una abeja entrada en carnes que apoyada en una gardenia me decía con sus cinco ojitos: cómeme. Estaba también allí: el mismo cartel de San Ventolín y los mismos corazones.
Tiene que ser por las alergias a los pólenes, me dije para mis adentros y resonó el eco. Me olvidé así de la abeja, del Ventolín, de su santidad, y hasta del caso (Miso). Me fui a casa pensando en mi dragoncita, en las ganas que tenía de rascarle la puntita de la cola y viceversa. Había olvidado que trabajaba esa noche (era Guardiana de Castillo) y que no estaría esperándome con un asado de puercoespín de chuparse las garras. Fuck, gruñí: me sentía romántico. Con una noche más que agradable, siete bajo cero y vientos de componente noreste, decidí salir al porche. Encendí la hoguera de un estornudo y me puse a dibujar pensando en ella. También le compuse un poema con guiños a la estadística básica con R, sabía que ella apreciaría el gesto cómplice. E incluso, antes de dormirme, tarareé nuestra canción favorita: "Si el milagro de los penes y las preces consiguiera darnos de cenar [...] Si volvieran los dragones a poblar las avenidas de un planeta que se suicida. Si volvieran los dragones...".
Querido dragón, le he echado tanto de menos... Resulta que tienes una dragoncita. ¿Qué piensa ella cuando te rasco la tripa o me subo a tu lomo para volar? Espero que no le importe porque pienso seguir haciéndolo la eternidad. Besos en las alas, dragón guapo.
ResponderEliminarQuerida amiga; podemos seguir jugando juntos hasta el infinito y más allá. La dragoncita no es celosa, no temas.
EliminarVen a casa con AICChR y os presento. Si hace bueno, saldremos al campo a sobrevolar paisajes. Si hace malo nos haremos cosquillas y prepararemos pasteles.
No tardéis, también yo os echo de menos.