El momento idóneo para la recapitulación; para el resumen esbozado en tinta blanca sobre fondo negro; para volver a trazar círculos que resalten con rojo sangre lo que quedó indeleblemente escrito en el corazón. No haré listados ni enumeraciones; ciento cincuenta tardes vestida de verde y plata este año dieron cuenta de cómo embistió la vida.
Quienes saben de mi predilección natural por el lenguaje taurino entenderán...
Hubo faenas de maestro que arrancaron olés de las entrañas, cornadas que hicieron peligrar la vida antes de dejar cicatrices en el alma, ciertas dudas sobre el sentido último de cargar la suerte y dar el todo por el todo en según qué momentos, muchos rezos y supersticiones en capillas recogidas ante estampitas de imágenes diversas.
Despliegues de capote y enganchones de muleta, lances de recibo, verónicas acunando la bravura, naturales ciertamente desmayados, ayudados por alto y por bajo, pases de pecho ajustados haciendo sonar los alamares y algún atisbo de pánico que obligó a tomar el olivo. Sonaron avisos, clarines y timbales, palmas de tango, pasodobles, ovaciones cerradas y silencios sepulcrales. Coyunturas para bregar. Trances para cuajar. Derrotes, tanteos y embroques.
Por todos los que habéis sido y estado este 2010, acompañándome y permitiéndome acompañaros en la vida, me quito la montera.
Feliz año nuevo.
P.D. Agradeciendo el guiño del de arriba al traerme a mi torero. Más que fiel a los cánones, soberbio en su elección.
De espaldas a la puerta de chiqueros. Va por usted esta faena que le brindo justo antes de tirar la montera al aire. Cae boca abajo. Juro que lo de esta tarde va a ser inolvidable.
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