Aún no llegó el día de la marmota; sí el de la dicotomía. Ese en que se reseca y extirpa diciembre del calendario. El mismo en que resbala el hielo de las aceras a pesar de la capa de sal y en que la tos es productiva pero no lo suficiente.
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Si tuviera que elegir un día en mi vida, que se repitiera hasta el hartazgo, no dudaría. Un viernes cualquiera, tres o quizás cuatro inviernos atrás. Flotando contigo entre las aguas, nadando mar adentro. Ahora no estás. Y yo caigo en la desesperación del gato que sólo intuye que caerá de pie. Todo salió de otra manera.
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En los últimos tiempos ando perdida en la espiral del absurdo. No se despierta el despertador a las 06:00 con "I got you Babe" y no encuentra mi sueño la tisana que lo induzca con dulzura protectora. La lucha es continua, pero no conozco mi objetivo y me cuesta poner el alma besando una bandera de hilos invisibles. No hay en la cocina abuelitas canadienses que me ofrezcan tostadas para desayunar: tampoco colgó nunca el "open" en la puerta de mi estómago a esas horas de la madrugada.
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Out of order. Mando telegrama: ...---...
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