Desde la galería que se torna en burladero digo adiós a la ensoñación. Me corto la coleta.
El oasis en medio del desierto sólo fue espejismo de cortesía: nunca hubo agua que saciara mi sed ni sombra bajo la cual resguardarse. Me traicionó el corazón haciéndome creer que llegaría si seguía caminando: aun sintiéndome en cada paso más huérfana de fuerzas. Ahora, extenuada, asumo el desenlace triste del que yace desnudo en la arena expuesto a la voracidad de los buitres. No hay escapatoria. Lo intenté, hoy me rindo. No daré un sólo paso más.
Esta travesía a ciegas, este vano correr tras lo imposible, deja la cantimplora medio llena -atesorando el miedo líquido que se escapa por mis ojos- y la brújula desorientada. Y aquí, a kilómetros de distancia de la fe que movió mis pies y me llevó al abismo, no encuentro consuelo ni motivación para seguir intentándolo.
En este renuncio, en todos mis renuncios, me rompo por dentro.
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