Entonces,
A eso de la hora del té, ya estaba hecha un manojito de nervios: el vestido estirado sobre la cama, los zapatos de charol inmaculados, el pelo sedoso -bien desenredado- dispuesto para caer suelto. A los quince minutos, tal vez exagerando, descolgaba el abrigo del armario de la entrada y lo ponía en la silla, al lado. Dispuesta a esperar lo que se presuponía serían tres cuartos de hora y acababan por ser tres horas, sin cuartos, de un ansioso no hacer nada.
Después venía la purpurina picando a rabiar en las mejillas, el peinado de las dos trenzas laterales que tiraban como demonios, el brillo en los labios enmascarando el sabor del turrón de chocolate. Y aún después, entre el apartarse para no molestar y el colaborar por orden parental, un poner la mesa para quince y un chocar divertido por el pasillo estrecho haciendo malabares con suculentos manjares.
Ahora,
El reloj de la cocina marca de nuevo la hora del té. El fregadero, atestado de platos sucios, lanza primero un grito de socorro y a continuación refleja una mueca de ausencia. Los pañuelos arrugados se desparraman por la encimera, como los regalos recién envueltos y las tres croquetas que sobraron de la cena. Frías, como la ilusión.
Preferiría, como si el pensamiento pudiera motivar una realidad distinta, no tenerse que levantar para currar mañana. Poder coger el teléfono y llamar, haciendo suya la excusa de la felicitación navideña, para decir que aún se puede. Hacer lo que hacen las mujeres: adornarse para brillar con luz propia. Dormir, engendrar, llorar.
Siempre Jamás,
Vamos a hacer un poder, me digo.
Querida Mrs. rkl,
ResponderEliminarFume conmigo este cigarro...
...entre sus ojos y los míos podríamos desbordar un estanque, pero ya sabe darling; nada hay como nadar en altamar; como el crepitar del hielo en el Círculo Polar Ártico bajo las plantas de los pies desnudos...
Nada hay como la poesía.