Queda del anillo el aro de oro blanco; se perdió el diamante que una vez anidó en su engaste. A buen recaudo puse el resto, no por miedo a un hurto improbable, mas sí por tenerlo guardado de mi propia mirada y de lo que, aun tras tanto vivido y pasado, seguía significando ante mis ojos. Llegó con mis treinta inviernos, pues nací en marzo, y se quedó a mi lado en las siguientes primaveras. No representó más que la mensualidad aplazada hasta entonces, en beneficio de alguna otra, en forma de salvavidas. Y en cierto modo, permaneció por sí mismo tras el naufragio. Del diamante recuerdo más bien poco. Una piedra preciosa que ahora ya no puedo contemplar...
Apelo a mi memoria, siempre selectiva y ya más que trabajada, para recomponer su imagen en mi mente. Buscando los distintos ángulos, tratando de no olvidar ninguno –si es que alguna vez tuve a bien detener en tantos puntos mi mirada- con la finalidad de conformar una imagen más precisa y detallada. Y tengo por cierto que de esa adición de intangibles, de recuerdos, resultará algo parecido a la verdad.
Si preguntaran por qué, no sabría contestar. No es el aro blanco el que reclama respuestas. Es el diamante ausente.
Asique así fue como empezó usted el camino. Buscando lo perdido.
ResponderEliminarPues aquí tiene, darling. Me costó pero lo encontré.
Di amante.
Gracias mi dulce Mrs. rkl,
ResponderEliminargracias...