Entonces, arrastrados por esos sollozos, desfilan en mi seno toda una vida de espíritu solitario transcurrida en la clandestinidad, todas esas largas lecturas recluidas, todos esos inviernos de enfermedad, toda esa lluvia de noviembre sobre el bello rostro de Lisette, todas esas camelias de regreso del infierno, encalladas en el musgo del templo, todas esas tazas de té al calor de la amistad, todas esas palabras maravillosas en boca de la maestra, esas naturalezas muertas tan wabi, esas esencias eternas iluminando sus reflejos singulares, también esas lluvias de verano que irrumpen en la sorpresa del placer, copos que danzan la melopea del corazón y, en el marco del Japón antiguo, el rostro puro de Paloma. Y lloro, lloro sin poder contenerme, a lágrima viva de felicidad, lágrima cálida y hermosa, mientras a mi alrededor el mundo se sume en el abismo y no deja más sensación que la de la mirada del hombre en cuya compañía me siento alguien y que, cogiéndome con dulzura de la mano, me sonríe con una calidez infinita.
-Gracias- logro murmurar con un hilo de voz.
-Podemos ser amigos -dice-. E incluso todo lo que queramos.
Muriel Barbery, La elegancia del erizo.
Y yo lo suscribo; podemos ser todo lo que tú quieras.
ResponderEliminarSi fuera tu médico Nancy, estaría encantado de que me llamaras a las 05 a.m. para pautarte ese paracetamol. ¿Dónde estás mi preciosa enfermera?
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