Aún sin dormir. Estabas de guardia...
No sé qué me está ocurriendo: no giro debidamente a la siniestra, por la diestra se me nubla la visión y el sol ciega mis ojos hasta el llanto.
Soy el payaso con menos gracia del circo: confundo las palabras presa de la incoherencia, se arrebatan mis mejillas en el momento más inoportuno y asisto a las novedades de tu vida con una tarta estampada en la cara. Solo que no puedo relamerme porque esta tarta de dulce no tiene nada.
Soy el domador que entra en la jaula de las fieras con más gloria que pena: gozo impresionando con mi valentía. Y sin embargo, con el primer rugido me recuerdo que hubiese sido mejor ser el taquillero.
Soy el equilibrista que salta de cama en cama, de boca en boca, de alma en alma. Y cuando ya he perdido a qué agarrarme me entra el pánico por haber decidido, también en esta función, que podría epatar saltando sin red. Siento vértigo.
Soy la contorsionista contracturada. Soy el hombre bala marca ACME.
Soy el niño emocionado, fascinado con el circo. Pero me toca al lado ese otro niño cabrón: que no para quieto, que me saca de quicio, que me jode el espectáculo. Y entonces, aunque intento concentrarme en la pista, termino por obsesionarme con la idea de hacer mi número de mago: mandarle a limpiar la mierda de los elefantes.
Agotada llego a mi roulotte.
Me duermo pensando que, en un circo de besos, fantasía es teatro. Es ilusión.
Querida,
ResponderEliminarDesde mi casa escucho el griterío del circo que han colocado, como cada año, justo en frente de mi parada de metro. En ocasiones, no sé si como inauguración o despedida, cortan una de las calles del barrio y salen a pasear por la carretera. Desde mi ventana puedo ver pasar a las fieras domadas y a las fieras domadoras. Me dan más miedo las segundas. Los animales están mejor en la selva. Pienso yo.
Hace unos años "El circo del Sol" me dejó sin palabras y desde hace unos meses me planteo saltarme mis principios y visitar el circo ruso cuando vuelva a Moscú.
Acompáñeme usted.