El hombre, dicen, es un animal racional. No sé por qué no se haya dicho que es un animal afectivo o sentimental. Y acaso lo que de los demás animales le diferencia sea más el sentimiento que no la razón. Más veces he visto razonar a un gato que no reír o llorar. Acaso llore o ría por dentro, pero por dentro acaso también el cangrejo resuelva ecuaciones de segundo grado.
Del sentimiento trágico de la vida, Miguel de Unamuno
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Querida ansiedad;
Usted aparece por aquí sin previo aviso. Con su venida, se revuelve el aire en torbellino y se abren oquedades entre las paredes del estómago y los ventanales de la conciencia. Si no le cierro la puerta en las narices, debe saberlo, es sólo por cortesía. Y, la verdad, porque tampoco serviría de nada dejarla en el rellano: obstinada como es, treparía por el tejado y se colaría en mis aposentos a través de la chimenea. Me irrita sobremanera la insistencia con la que acostumbra a presentarse en esta casa. Pero no es eso lo peor. Sin duda, es aún más mortificante que, una vez dentro, se dedique a observarlo todo, fisgoneando, para comenzar a enumerar una tras otra y en voz alta mis carencias. Por no discutir, le sigo en su tournée -dos pasos a la zaga- y voy anotando en mi cuaderno. Aquí falta esto, allá lo otro, ¿no está aquello demasiado vacío? Sus chillidos aprietan mis letras, se enoja el trazo que deja de ser firme y pasa a ser colérico.
Completadas las tres primeras páginas, usted comienza a sonreir, satisfecha. Sus ojos se desvían al reloj y después al calendario, estallando en sonora carcajada. Malévola y perversa, capciosa. No me gusta su risa en mis oídos ni su mirada carroñera en mis pupilas, por más que amablemente le ofrezca un té toda vez finalizado el cómputo al detalle de mis lagunas y sus profundidades. ¿Con franqueza? Estoy deseando que se marche. Ya, le ruego.
Una vez se haya retirado, serviré mi propio té. Lo haré con mano aún temblorosa y tendrá a bien derramarse, poniéndolo todo perdido. Prenderé un fósforo de mi cajita; encenderé un cigarro; quemaré su dictado escrito de mi puño y letra. Necesito que se consuma mi congoja entre las llamas.
Arda usted, ansiedad.
Usted y todas las ansiedades, una tras otra.
Musitando palabras, amor. Mrs. Nancy Botwin
Mi querida y preciosa NB:
ResponderEliminarDespués de leer sus palabras,no he podido hacer otra cosa más que ocupar mi tarde en buscar un remedio para calmar su ansiedad,o al menos ayudarle a expulsarla.
Creo que sabrá hacer uso de mi pequeña medicina,se la haré llegar a través de nuestro mensajero habitual.
Hoy me permito la licencia de enviarle Besos
Mi querido Catkiller,
ResponderEliminarSus cuidados intensivos logran aplacar mi ansiedad manifiesta con soprendente facilidad.
Me dejo cuidar; lléneme las manos con sus manos, la boca con su boca, la vida con sus besos. Sólo usted tiene licencia para eso y mucho más.