Érase una vez una rata que entró en una peluquería...
Diecisiete centímetros de cuerpo seguidos de veinte de cola y una aventura a su medida, al amparo del destino.
Se jugaba un escobazo en la cabeza. Traumatismo craneoencefálico ratonil severo: al hoyo.
Tal vez fenecer ahogada en el lavabo a manos de una aprendiz de estilista con fobia a los roedores, empeñada en lavar sin miramientos todo su pelo en conjunto. Mejor por partes, por experiencia: especial atención a los delicados bigotes.
Si lograba pasar inadvertida para el común de los humanos, era probable que encontrase los ojos fijos del gato de la Sra. Begoodíes. Siempre el pelo sedoso y limpio, cuidado. Qué ganas de ponerle el cascabel aún a riesgo de llevarse un arañazo...
Pero le pudo un pecaminoso instinto diferente a la lujuria: debajo del carrito de las mechas, con sus platas, estaba su droga. Oscuro objeto de deseo. Se reconocía adicta a los rizos con sabor a queso.
Para Jarita, por su frescura y sus ganas de jarana. Aceptado el duelo.
Mechas y platas... los pelos de punta.
ResponderEliminarOscuro objeto de deseo... usted, Nancy.