Me instalo en la cabaña tras abrir la puerta como un sheriff dejándose caer por el saloon. Al "ya estás aquí, muñeca" de mi propia voz -demasiado grave para una señorita- le sigue el sonido mate y reverberante de la mochila al estrellarse contra el suelo. Besando las tablas por duplicado.
Traigo demasiado equipaje para mis anchos hombros y pocas ganas de usarlo. Deshago a medias lo adjunto y comprimido para quedarme con el binario básico. Dueto de papel y tinta, hachís y tiempo. Una manta, una botella de tequila. Un cenicero y su boceto de cruz dibujándose en ceniza.
La madera en cada sueño; me persigue. Se eleva hacia el cielo y alimenta mi fuego. La cadencia hipnótica de ese locutor de radio de Cicely encandila mis oídos. Los antiguos raíles dirigiendo a los trenes evocan el traqueteo juguetón. Los techos a dos aguas de la casita en el árbol invitan a mover las piernas -abriéndolas paso a paso- y adentrarse en el refugio. Saber dónde guarecerse en días de tormenta, eso es todo.
Incendios de andar por casa, Mrs. Nancy Botwin