Por mi parte, soy o creo ser
navegante de boca y yerbatero de la tinta.
Poeta por maldición
y tonto de capirote.
Autorretrato,
Pablo Neruda
Pablo Neruda
&
Cuánto cirio prendido entre lo oscuro.
Cuánta copla agónica plañendo ávida de aplausos.
Cuánta blonda pavoneándose del luto entre mantillas.
El abrazo entre cofrades juega conmigo al despiste y logra distraer por un instante mi mirada. Justifico tal distracción por el artificio de las ropas, el misterio de los rostros cubiertos, el sacrificio emocionado que se le presume al abrazo entre anónimos penitentes. Pero más allá del amor enmascarado, porque al fondo siempre hay sitio, un cartel proclama en dos palabras desnudas su grandeza. Buena muerte. Buena muerte, repito, y me hago cruces. Que habrá quien encuentre en el martirio ajeno, en su rememoración y en su vívida representación pública, motivos para el consuelo. Pero también los hay, aunque nos quieran hacer creer -barra libre de proselitismo- que estamos en franca minoría, quienes no se expliquen (nos expliquemos) la necesidad de hacer del drama fiesta, del dolor escaparate, de lo íntimo espectáculo.
Será también que la procesión y la profesión van por dentro. Porque se me antoja milagroso confiar en el renacer de la conciencia humana ante la actual espiral de vanidad, codicia y degradación de los principios morales más básicos (bastaría con respetar al prójimo, no siendo imprescindible amarle) y me hierve la sangre viendo el sufrimiento del calvario sin poder administrar una dosis "generosa" de fentanilo o cualquier otro analgésico potente disponible de la época. Será que soy una descreída. Será que entre tanta crisis también chapotea pidiendo auxilio mi propia fe. O, que entre tanto tonto de capirote y tan poca canela en rama, mantengo el equilibrio a duras penas.
Así pues, si he de caer de nuevo pido al Altísimo que sea de rodillas. Que no hay mejor posición para -con buena disposición- tragárselo todo sin visos de atragantarse.