lunes, 5 de marzo de 2012

Poesía ignífuga




Nadar sabe mi llama el agua fría
y perder el respeto a ley severa.

Venas, que humor a tanto fuego han dado.
Médulas, que han gloriosamente ardido.

Serán ceniza, mas tendrá sentido;
polvo serán, mas polvo enamorado
.


Francisco de Quevedo


&


Quiso ser astronauta a pesar de todo. Los primeros test de personalidad, esos que se cumplimentan como si de un juego se tratara a edad temprana y en la escuela, avisaron del peligro. Altamente inflamable, concluyeron. No debería ser arrojada al fuego ni al espacio sideral ni a los leones; ni siquiera vacía de sí misma. Pero no quiso renunciar a su sueño y se fabricó en muchos ratos libres un traje especial, ignífugo, y una escafandra a medida, donde cupiera su poesía incandescente.

Llegado el día, desoyendo las indicaciones de la torre de control y el personal de emergencias, inició la cuenta atrás. El despegue, un fracaso rotundo, le supo a éxito absoluto. Ni siquiera apreció el olor a chamusquina que nacía en su espalda y le rondaba ya un tobillo. Se sintió feliz, despreocupada; refugiada en una burbuja donde las palabras flotaban y la gravedad era, cuando menos, relativa.

Una mujer ardiendo en cualquier lugar distinto de Manhattan no era nada del otro jueves, sino de ese lunes. Un lunes de apertura de escotillas y colosales llamaradas; de reservorios de aliento y sonrisas no impostadas.


Poesía ignífuga, Mrs. Nancy Botwin

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