sábado, 24 de abril de 2010

Quehaceres matinales



09:00 h
Borrar de mi mente su sonrisa radiante.
Asumir que no soy yo quien la provoco.
Pulsar eliminar.

10:00 h
Salir a recolectar frambuesas.
Renunciar al reto de la captura, al rugido que pide siempre más sangre.
Lamer mis heridas.

11:00 h
Descifrar un acertijo.
Comprender por qué tantas curvas antes de la línea recta.
Jugar a entender.

12:00 h
Escalar el Everest.
Aspirar con dificultad el aire limpio en su cima.
Olvidar el vértigo a 8.848 metros de altitud.

13:00 h
Preparar la comida.
Añadir un puñado de arroz por las ánimas.
Saber espantar la impaciencia de sus veinte minutos de reloj.

14:00 h
Recapitular: no es no, voy es voy, bien es bien.
Alzar mi copa hacia el cielo.
Clavar los pies en la tierra.

15:00 h
Darme la absolución.

jueves, 22 de abril de 2010

Whitechapel?


Alguien me acusa de intrusismo...
En los últimos tiempos soy la enfermera Mortimer. Paciente que toco, paciente que muere.
A todos los que os dedicais a ésto no os sorprenderá: son rachas, ocurre de vez en cuando. Pero lo cierto es que cuando el vaso se llena, gota a gota, acaba desbordándome. Se apodera de mí la certeza de que por bien que una trate de hacer lo que le es propio, no es suficiente. El esfuerzo es inane. Fútil.
La razón no le puede al corazón. No en mi caso.
Así las cosas, recurro al comodín de la llamada. Contesta Mr. Gila...

Me enteré de donde vivía Jack el Destripador, me instalé en el mismo hotel y como no me gusta la violencia, le detuve con indirectas. Nos cruzábamos por el pasillo y decía yo: "Alguien ha matado a alguien... y no me gusta señalar...". Al día siguiente nos volvíamos a encontrar y le decía: "Alguien es un asesino... y no quiero decir quién..."

P.D. Pienso en "Las intermitencias de la muerte" de Saramago. Y esbozo una sonrisa porque pensar en él, es pensar en tí.

viernes, 16 de abril de 2010

Vareando los olivos...


Cuando el reloj daba las tres de la tarde, mi abuelo pedía silencio porque empezaba el parte. Previamente, se había cerciorado de que me había lavado las manos antes de comer. Si me sentaba a la mesa con el pelo suelto se levantaba de su silla -porque era sólo suya, su sitio oficial-, cogía una de esas gomas elásticas marrones (las de los cartones de huevos, las de toda la vida) y me hacía una coleta con sus propias manos. Le parecía sucio que anduvieran mis pelos por la mesa. Después de arrancarme unos cuantos con la dichosa gomita, me daba un beso y me decía que no me quejara tanto (aclaro: duele). Me miraba tomando distancia y sonreía. Mucho mejor.

Satisfecho, volvía a sentarse y empezábamos a comer. Primero siempre le servían a él, después a los hombres, luego a los niños. Al final, las mujeres. Era así, sin más. Sin sumisiones ni feminismos. Simplemente por costumbre. Nadie lo cuestionaba. A menudo nos mandaba callar, varias veces y casi seguidas, porque no le dejábamos oír. En aquellos años los niños no chillábamos, no nos dejaban. Y si nos decían que nos callásemos ya, lo hacíamos. Igualito que ahora, vamos. Todos hemos tenido un niño mono cerca protegido por padres engorilados (dispuestos a partir la cara a cualquiera que se meta con su joyita) que nos ha traído a la cabeza a Herodes: justificándole.

Digresiones aparte, recuerdo algunos momentos estelares ofrecidos por televisión que le conmocionaron. Que nos conmocionaron. El primero, en el telediario de la "cena" (26 de septiembre del 84): el torero Francisco Rivera Paquirri había sufrido una grave cornada. El silencio fue sepulcral. Al rato, fuera de tiempo, informaban de su muerte. Existía la muerte y yo no lo supe hasta entonces, qué descubrimiento. El segundo, menos dramático y recordado por muuuchos (estoy segura) ocurrió la nochevieja del 87. Una artista italiana con nombre de película de Billy Wilder enseñaba su pezón derecho al respetable en un aparente descuido. Provocando que España entera bizqueara con ella. Mi abuelo, con una sonrisa de oreja a oreja, se llevó las manos a la cabeza. Y a la mía vino la conciencia de que existía el deseo sexual. Incluso, aún peor, que mi abuelo era un ser sexuado. Un hombre al que le gustaban las tetas de las señoritas. ¡Qué barbaridad! Como a mi padre, a mis tíos, a todos los que no llevaba falda ni se hacían coletas.

Todo era diferente. Las personas, las circunstancias. Aunque sea políticamente incorrecto confesarlo, me gustaban algunas cosas de entonces. No hablo ni de lejos de política, que nadie se confunda. Hablo de cómo nos educaban, de los valores que nos transmitían. De respeto, de esfuerzo, de responsabilidad. No sé cuánto de eso queda hoy. Tampoco sé cuánto queda de inocencia, cuántas posibilidades para la sorpresa, ahora que nos bombardean el cerebro con cócteles molotov de información innecesaria . Ni por qué, cómo, ni cuándo hemos llegado al punto sin retorno de que sea noticiable el grito en el cielo de un grupo de defensores del pulpo. Incapaces de permanecer impasibles ante el sufrimiento de los cefalópodos que los neoyorquinos tienen a bien devorar asándolos vivos en planchas tepanyaqui. O la gente se aburre mucho o yo necesito sacar del bolso mi instrumento preferido: la brújula que me ayuda a no perderme.

Esta noche las coordenadas de mi rumbo me llevan lejos... hasta las raíces de un olivo. Y en el sudor que es su aceite encuentro unos ojos que sabían lo dura que es la vida: lo importante que es celebrar cuando "se porta", encajar cuando "se ceba". Y su mirada, espejo del alma, alimenta mi tierra desde algún lugar del cielo.

miércoles, 14 de abril de 2010

Cambalache proarrítmico



Antes de que mayo nos joda con las flores.
Antes de que los calores estivales nos frían el cerebro like a tortillita de camarones.
Antes de que las lluvias mil de abril empañen los cristales y nos desubiquen temporal y espacialmente.
Antes de preguntarnos quiénes somos, a qué nos dedicamos, qué ocurre entre nosotros, cuántos años nos llevamos.
Antes de querer saber lo que nos une, lo que nos separa.
Antes de poder decir un 'gracias, pero yo no bailo'.
Antes siquiera de que el ronroneo seductor del bandoneón empiece a seducirnos.
Antes de pensar que resbalarán nuestros zapatos sobre el empedrado.
Antes de que nos descubramos perdidos en el compás del dos por cuatro.
Antes de que crucemos miradas febriles que nos empujen a enlazarnos.
Antes de tomar impulso para perder la timidez en otros brazos.
Antes de nada.
Después de todo.
Bailemos juntos este tango.

lunes, 12 de abril de 2010

Libre en el aire, por el aire libre



Mr. Vegas, fuente inagotable de inspiración y guarida perfecta para mi descanso , canta en
Días extraños (de mi propia cosecha el entrecomillado):

Hay días en que valdría más
no salir de la cama.
En sólo un minuto vi mi vida cambiar.
Si sólo era un juego, pregunté
¿dónde está la gracia?

Y todo el camino
aquella extraña canción...
Parabanbanban.
“Para bang bang bang...”

Pues bien, hoy fue un día cojonudo . Hueco de tristeza. Repleto de alegría.
Un día extraño en que me crucé con personas que sonrieron para mí, conmigo.
Un día anómalo en que la vida cambió en un minuto para bien.
Un día singular en que se desvanecieron angustias que me sisaban dulces y reparadores sueños.
Un día mágico en que los castillos más variopintos me hicieron sentir princesa.
Un día anormal por intenso.

Un día verde para esa escuálida Holly que trepa por la escalera en albornoz y se cuela en el piso de un escritor desconocido para decirle sin pensar... ¿Le importa si me acuesto un ratito con usted? Somos amigos, eso es todo. Porque somos amigos, ¿no?



sábado, 10 de abril de 2010

Altisonante en mi diván


Con el ánimo en su sitio y la postura corregida, me siento en el diván y pienso...

* En alguna canción
: poesía asonante en la voz y la letra de Mr. Vegas.

Día uno en pie, ¿qué puedo hacer
sino esperar verlo acabar?
El día terminó con un crujido
me despierto herido y grito en soledad.

Que es jodido ya lo sé,
pero no es dramático.
Esto no es tan trágico,
te diré mil cosas por las que llorar.

* En algún insulto: lerdo (tardo y torpe para comprender o ejecutar algo).

* En alguna obligación: la dichosa declaración de la renta y la carcajada que me provoca la casilla 4, 'renuncia a la devolución en favor del Tesoro Público'.

* En algunas palabras:

Alharaca, badulaque, cortesía, dislate, enjundia, filigrana,
galladura, hipido, infundio, jaculatoria, kilopondio,
latrocinio, llovizna, mancebía, nimiedad, oprobio,
pamplina, querencia, retahíla, sutileza, titubeo, ungüento,
veleidad, walkiria, xantina, yacija, zascandil.

* En miscelánea: son las cosas de la vida, son las cosas del querer...

martes, 6 de abril de 2010

Cruz inversa (sin ficción)


Y después de Pilatos... nos queda Pilates. Con esta cruz inversa que se las trae y se las desea. Invadida me hallo por oleadas de ácido láctico que me recuerdan que existen músculos (traicioneros) de los que no tenía conciencia. En cada risa, en cada paso, me torturan como las cosquillas cuando empiezan a doler. No deja de tener su gracia.

Hoy tocó controlar la inspiración y apretar algo más que la tripa para mantener la posición correcta. No es fácil convivir con flagrantes injusticias ni apartarlas de la cabeza en pos de lo que le gana en importancia. Pero después de que una vida de treinta años deje de ser (así, sin más) una entiende que hay que relativizarlo todo. Priorizar, respirar, dejar al corazón latir y seguir en pie. Son gajes del oficio.

Así pues, que nadie me acuse de endulzar la vida como mejor sepa y pueda: con sueños peregrinos sin visos de realidad; con mensajes enviados en botellas desde mi isla secreta (arrojados muchas veces a mares de incomprensión); con sarcasmos que no sean malos sucedáneos del ingenio; con la basculación pélvica rigurosa para que, cuando menos, les cueste lo suyo darme por c*; con mis camelancias y sus sonrisas.

Brindemos hoy, que es siempre todavía, con un vaso de agua con mucho, mucho azúcar.

sábado, 3 de abril de 2010

Cruz y ficción


Fotografía de Miguel Daza



La Semana Santa pasó como un coitus interruptus (trabajando jueves y viernes santos, librando el fin de semana), con tiempo para una escapadita breve a la Isla del Pan. Dejó a su paso esas croquetas que le son propias (también llamadas torrijas) y más risas de las esperadas. Entre ellas, las provocadas por esta foto que -lejos de herir mi sensibilidad y confío la vuestra- sirve como pretexto para lanzar las campanas al vuelo y desenclavar de una vez al Cristo de los gitanos: siempre con sangre en las manos. Al menos hasta el año próximo.


Desoyendo las órdenes dadas, sin ánimo de ser irreverente, que me traigan una manta térmica, fentanilo, gasas, seda y linitul. Y, ya que estamos, lorazepam para María de Magdala.