lunes, 12 de septiembre de 2011

Jarabe intratecal




El mundo de los supositorios, oscuro y acallado a pesar de su calado, se presta a la honda reflexión. Su efecto, que siempre supone alivio, se logra al fundirse con el calor del cuerpo. Toda una declaración de intenciones teniendo en cuenta que -en espera de entrar en escena- han de conservarse refrigerados. No gozan de un séquito de defensores que aboguen por su dignidad. A nadie le importa un carajo que, sí o sí, acaben siempre en el mismo sitio. Destino aciago. Advertencia: no es la punta lo que ha de entrar primero si se elige el camino habitual.  


El mundo de los jarabes da para tres libros de recetas. Los que saben a golosina de jugo de gumibaya merecerían un poema. Los que se preparan en marmitas, también. Se dosifican con elegancia en discretas cucharadas y se perfuman de lo lindo. Del Barón Dandy de la metoclopramida al Roger Gallet del ibuprofeno en dosis pediátricas. Si existiera el de insulina, con su aroma a tarta recién horneada en el alféizar de la abuelita, sería una droga de abuso. Unos privilegiados.


Entre lo uno y lo otro, está la vía intratecal: el chute directo al cerebro.
A veces qué remedio. Otras qué relamerse.



2 comentarios:

  1. My darling,

    Lo dice usted todo tan bien que me dan ganas de sustituir el estofado de ternera de este almuerzo por el botiquín vuelta y vuelta y sin miramientos. Suicidio delicioso.

    Mis besos enfrascados para administrar en cuchara pequeña después de cada comida: 1-1-1

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  2. Querida,

    Sus besos, que son medicina y golosina, tienen posología poética: al alba, al mediodía y al anochecer.
    Y su cucharadita, más que contener la poción, la acuna.

    Darling, me pongo en sus manos de enfermera del alma sin sombra de duda.

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