¿Comería Séneca pizza?
¿Podría vencer estoicamente la tentación de pedir
"extra de queso"?
&
Siempre quise ir a Roma y a Atenas. Sin ser amante del arte ni de la historia, sin más referencias que las de los libros de enseñanza básica y las de mi imaginación: éstas últimas de bibliografía incierta. Hay quien considera viajar una oportunidad para la huída. Cuanto más lejano y exótico sea el destino, mejor. Pero yo no quería morirme sin pisarlas y sentir su huella -mayor que la del 37 de mis zapatos en sus adoquines- en mi corazón. Porque de lo efímero y de lo constante surgen lo uno y lo otro.
Ese "ya tendrás tiempo de ir cuando seas más mayor, ahora lo que toca es aventura" choca frontalmente con mi sentir del día a día. En el que la muerte, más allá de su posibilidad, me ronda de continuo. No es seguro que sigamos aquí mañana; que dentro de veinte años aún tengamos fuerzas para cargar con el equipaje, y antes que ir a Kuala Lumpur -donde no se me ha perdido nada- prefiero malgastar mi tiempo en otra temeridad.
Saber -audioguía mediante- que ya entonces el escándalo en las termas era mayúsculo, me reconforta. Comparable en la actualidad con el peor de los macrobotellones. No había, dejó escrito Séneca, quien parara en la biblioteca con los gritos de los atletas (bien entrenando en la palestra o bien depilándose las axilas) y de los niños saltando con estruendo a la piscina. Un jolgorio padre en toda regla en un centro social municipal -men only- en el que los amantes de su ocio también entre libros, estarían en franca minoría.
Ese atisbo de mala hostia inmune a la erosión me roba una sonrisa y algo más. Como su cicuta y sus orgías. Como escribir ROMA con carmín rojo en el espejo y pensar en los palíndromos.