sábado, 28 de enero de 2012

Adoquines en el coure (III y finito)




¿Comería Séneca pizza?
¿Podría vencer estoicamente la tentación de pedir
"extra de queso"?


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Siempre quise ir a Roma y a Atenas. Sin ser amante del arte ni de la historia, sin más referencias que las de los libros de enseñanza básica y las de mi imaginación: éstas últimas de bibliografía incierta. Hay quien considera viajar una oportunidad para la huída. Cuanto más lejano y exótico sea el destino, mejor.  Pero yo no quería morirme sin pisarlas y sentir su huella -mayor que la del 37 de mis zapatos en sus adoquines- en mi corazón. Porque de lo efímero y de lo constante surgen lo uno y lo otro.

Ese "ya tendrás tiempo de ir cuando seas más mayor, ahora lo que toca es aventura" choca frontalmente con mi sentir del día a día. En el que la muerte, más allá de su posibilidad,  me ronda de continuo.  No es seguro que sigamos aquí mañana; que dentro de veinte años aún tengamos fuerzas para cargar con el equipaje, y antes que ir a Kuala Lumpur -donde no se me ha perdido nada- prefiero malgastar mi tiempo en otra temeridad.

Saber -audioguía mediante- que ya entonces el escándalo en las termas era mayúsculo, me reconforta. Comparable en la actualidad con el peor de los macrobotellones. No había, dejó escrito Séneca, quien parara en la biblioteca con los gritos de los atletas (bien entrenando en la palestra o bien depilándose las axilas) y de los niños saltando con estruendo a la piscina. Un jolgorio padre en toda regla en un centro social municipal -men only- en el que los amantes de su ocio también entre libros, estarían en franca minoría.

Ese atisbo de mala hostia inmune a la erosión me roba una sonrisa y algo más. Como su cicuta y sus orgías. Como escribir ROMA con carmín rojo en el espejo y pensar en los palíndromos.



viernes, 27 de enero de 2012

Adoquines en el cuore (II)




Supongo que incluso los no cinéfilos sabrán reconocer a Mrs. Ekberg fumando un cigarrillo al pie de la Fontana di Trevi. Nada que ver, tan tapadita ella, tan modosita, con esa fiera que se abría paso entre las aguas con aquel vestido negro de escote vertiginoso mientras Marcello se la comía con los ojos sin llegar a saborearla. La Dolce Vita y sus caries, resumiendo a bote pronto. Entre esta mujer y la que bajaba a saltitos la escalinata de la Piazza di Spagna en Vacaciones en Roma, mi querida Mrs. Hepburn, media un abismo. Jugué a cruzar parejas imaginándolo todo, pues no recordaba ninguna de las dos películas, y la cosa mía -desde ahora ya nostra- resultó cuando menos curiosa.


Mr. Peck, siempre correcto pero aburrido, no quería meterse en el agua 'tan vestido' y 'tan de noche'. Ni a tiros. Mrs. Hepburn lloriqueaba con el rímel corrido y se enjugaba las lágrimas en el vestido de la discordia: no se lo pondría ni luciría esa melena suelta causante de erecciones inmediatas. El gatito, por su parte, devoraba ratones 'a la romana' y se jactaba de ser el único que merecía los mimos de ambas féminas. Mr. Mastroiani, el Don Juan de mirada concupiscente que incitaba al pecado, terminaría casándose y procreando: mala vida para él -adicto a las faldas y siempre contenido- y para su mujer -siempre celosa-. Y Mrs. Ekberg, sin concentrarse en su papel, soñaba con viajar al futuro y protagonizar Sexo en Nueva York. Compras, fiestas, cócteles y "Manolos" con la excusa de escribir sobre cuestiones bizantinas.


Doblé entonces la esquina, prologados mis pasos por el sonido del agua humedeciéndolo todo, y quedé embargada. No sé cuánto tiempo duró el éxtasis (en bucle ensoñación-camelancia), pero sí recuerdo lo que me sacó de él:  el pisotón de un turista japonés. Más que por dolor, por lo ridículo de las circunstancias en que se produjo. ¿Cómo pueden los japoneses fotografiar en posición de defecar en el campo? Pues pudiendo. Y sí, lancé una monedita que nunca sabré si cayó de cara, de cruz o de canto (cosas más difíciles se han visto). Tratando de domar la doble vertiente de mis aguas y el destino entre tritones; dispuesta a amanecer, en pocas horas, escuchando rugir de cerca a los leones.




martes, 24 de enero de 2012

Adoquines en el cuore (I)



Dejé por ti todo lo que era mío.
Dame tú, Roma, a cambio de mis penas,
tanto como dejé para tenerte.

R. Alberti


&


Si supiera dos palabras de italiano distintas de prego y grazie no me atrevería a decir alegremente que Fellini es a fetuccini como Mastroianni a melanzane. Pero me puede la desvergüenza y, con ella, esa entonación melódica y distintiva que hace de la oratoria canto.  He de confesar que -desde el primer segundo- la ciudad eterna me adoquinó il cuore hacia lo pagano y embarró el camino de lo sacro. 


Porque entrar en la Basílica de San Pedro y sentirme idiota de remate fue todo uno: visualicé la hucha del Domund y esos cinco duritos en moneda única que aportaba con ingenua asiduidad de niña y me llevaron los demonios en la mismísima casa de Dios. Con la sola contemplación del espectáculo llenando los  ojos, surgió un neón en mi cuerpo calloso (el que comunica los hemisferios cerebrales y nos permite interrelacionar lo uno con lo otro) que rezaba«Voto de pobreza». Lució con tal fulgor, tan bien escrito en tipo de fuente palatino y tamaño el más grande, que se fundió en un instante, dejándome embotados los sentidos y avinagrada la filantropía. El chisporroteo eclipsó lo eclesiástico y dio paso a mi particular fumata blanca; un cigarrito al aire libre que me hizó renegar del Sancta sanctorum y recobrar el quórum para rendirme a ese otro Dios. El de Mr. Cohen. El mío propio.


Después me perdí en pensamientos peregrinos; si se consideraría enfermedad profesional la cervicalgia crónica de Michelangelo Buonarroti o si para vender rosarios, estampitas y demás hay que comulgar con el capitalismo catolicismo. Todo ello con el dulce tarareo de Sisters of Mercy como música de fondo y un dolor de pies que me subía en espiral por ambas piernas hasta entrar "en capilla". Y también, a qué negarlo, con ganas de más. De esa otra Roma que ni es paraíso fiscal ni tapa partes pudendas con paños absurdos: la que presume de ruinas y exhibe la desnudez de sus estatuas hasta petrificar las lágrimas de nuestra historia.

Con su Bocca della Verità y mi verdad, susurrada en este boca a boca.




lunes, 16 de enero de 2012

Carcomas en París





Pensé que si alguna vez paseaba París lo haría en otoño, con una gorra de lana calada en mi cabecita loca y mis botas de charol rojo repeliendo la tristeza.


Comenzaría merodeando por el Mercado de las Pulgas, donde sucumbiría con placer a la tentación y me regalaría un libro de Balzac o Flaubert. Después tomaría un café latte y liaría un cigarro que encendería con fósforos, tal y como hacían los maestros de las letras en el S. XIX. Repasaría entonces al detalle, sentada en una terraza a cielo abierto, cada una de las fotografías tomadas en blanco y negro durante mi distraído caminar.


El peso del libro antiguo y de la cámara compacta en mi bolso no serían lastre para afrontar las dos horas a pie hasta la Basílica del Sagrado Corazón, donde dejaría que se llenaran mis ojos con la panorámica sublime de la ciudad de la luz y perdería la cuenta de los peldaños de las escaleras de su parque y de los giros de su deslumbrante carrusel.


Finalizaría la mañana deliciosa acallando los rugidos de mi estómago con una crêpe cocinada al momento en cualquiera de los puestos callejeros; y así, con el resbalar descuidado del queso fundido por mis labios y el humear de los primeros bocados al contacto con mi lengua, pediría por enésima vez mi deseo. Esta vez, eso sí, in situ.


Y todo ésto lo pensé tratando de olvidar la rama; la puta rama que ella me regaló y que ideé usar como perchero en la habitación del bosque. Después de enfundarme mis queridas botas de charol rojas para bajar a la calle en medio del diluvio y arrojarla -hasta nunca más ver- al contenedor de la basura, controlando la naúsea.

Porque la misma carcoma que hizo acto de presencia hoy, después de tantos meses, escupiendo serrín sobre la ropa recién planchada, llevaba ya tiempo jodiéndolo todo por dentro, supongo, de un modo invisible e imperceptible. Como jodida estaba nuestra amistad, sin que yo supiera verlo. Entre el carcomer del xilófago y el reconcomer de la envidia.


Y todo ésto, por principios, tendría que escribirlo.



miércoles, 11 de enero de 2012

Distrés expiatorio




LIFE POETRY UNDER YOUR EYES

Poeta salvavidas
situada debajo
de la parte posterior
de su aliento.


Arrojada, C. Camacho


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Con el pantalón blanco recogido por debajo de las rodillas y las medias de compresión amarilleando en el baúl de los recuerdos, ha llegado el momento de vestir nariz de gomaespuma roja, calzas de ocasión y zuecos de clown. Todo ello atrezzado con un nuevo fonendoscopio que me permite hacer oídos sordos al tumulto externo y concentrarme en las resonancias de los adentros.
  

Porque cada café, cada cena y cada cigarro hospitalarios se revisten de un tiempo a esta parte de queja y escarnio. De indignación comprensible pero también infructuosa. Mal ambiente que reseca la garganta y frena en seco las ganas de implicarse en algo distinto a la poesía.


Me recuerdo, día a día y noche a noche, cuánto me gusta aún hoy mi trabajo; por más que hace ocho años ganase por él más de lo que gano ahora. Recuerdo también cuántos contratos eventuales acumulé de seguido antes de aprobar la oposición que me permitió disfrutar de vacaciones de verano. Cuántas horas de formación y de experiencia he acumulado antes de cobrar cuatro trienios y cuánto de lo mío -de lo no exigible ni retribuido- he puesto y pongo en cuidar a otros.


Una situación privilegiada, acaso, que no cayó del cielo como lo hace la lluvia, el maná o los meteoritos. Una vocación anclada en la doble cadena helicoidal a prueba de terremotos de IRPF, congelaciones salariales e incremento de horas laborales semanales. Y una determinación firme de no dejarme contagiar por el virus de la desidia ni la plaga de la desesperanza.


Distrés expiatorio, Mrs. Nancy Botwin




jueves, 5 de enero de 2012

Badulaques & Cabalgatas




Si Homer Simpson probara el roscón 
le darían por culo a los donuts. 
Si no quedara un hilo-madeja de ilusión
le darían por culo a la vida.

Si creyera que puede salirme un Shin Chan Ultrahéroe,
acabaría engullendo a manos llenas hasta el cólico biliar.


Ictérica estoy.
He sido buena malísima.



Corolario:
"No dejes de comer hasta que salga la sorpresa"


miércoles, 4 de enero de 2012

Paseando a Mrs. Botwin





Las aromáticas frambuesas
en los escaparates del barrio carmesí
y una impúdica estampida de gacelas


hicieron de ti
una fiera indómita

de mí
meretriz del versus fugit
felatriz del carpe noctem

de nosotros
confit de feromonas en su jugo 



Madrugada en celo,
Mrs. NB

domingo, 1 de enero de 2012

Ideas movedizas





Me gusta leer pornografía en Braille.


Bananas, Woody Allen


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Nada aquí, nada allá. Son las palabras
del mago lejanísimo y borroso.

Pero ¿por qué creerle a pies juntillas?
¿En qué galaxia está el certificado?


A ras de sueño, M. Benedetti


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Excita, incita y da calor.
Cambiado pues, con mi sola aquiescencia, el lema de la Real Academia Española.


Viaja mi mente... A bandazos traicioneros de proa a popa. Deslizándose en zapatillas de andar por casa sobre ideas movedizas.  De preferencia por babor, qué coño: una semana por estribor nos ha dejado sin reservas de vaselina.   Haciéndose fuerte, flotador de patito incluido moderadamente inflamable, en un mar de transaminasas y gaviotas encrespadas. Pero gané a La Pocha esta tarde y eso, redoble de tambores, es más que un milagro.


Ideas movedizas, Mrs. Nancy Botwin