viernes, 27 de enero de 2012

Adoquines en el cuore (II)




Supongo que incluso los no cinéfilos sabrán reconocer a Mrs. Ekberg fumando un cigarrillo al pie de la Fontana di Trevi. Nada que ver, tan tapadita ella, tan modosita, con esa fiera que se abría paso entre las aguas con aquel vestido negro de escote vertiginoso mientras Marcello se la comía con los ojos sin llegar a saborearla. La Dolce Vita y sus caries, resumiendo a bote pronto. Entre esta mujer y la que bajaba a saltitos la escalinata de la Piazza di Spagna en Vacaciones en Roma, mi querida Mrs. Hepburn, media un abismo. Jugué a cruzar parejas imaginándolo todo, pues no recordaba ninguna de las dos películas, y la cosa mía -desde ahora ya nostra- resultó cuando menos curiosa.


Mr. Peck, siempre correcto pero aburrido, no quería meterse en el agua 'tan vestido' y 'tan de noche'. Ni a tiros. Mrs. Hepburn lloriqueaba con el rímel corrido y se enjugaba las lágrimas en el vestido de la discordia: no se lo pondría ni luciría esa melena suelta causante de erecciones inmediatas. El gatito, por su parte, devoraba ratones 'a la romana' y se jactaba de ser el único que merecía los mimos de ambas féminas. Mr. Mastroiani, el Don Juan de mirada concupiscente que incitaba al pecado, terminaría casándose y procreando: mala vida para él -adicto a las faldas y siempre contenido- y para su mujer -siempre celosa-. Y Mrs. Ekberg, sin concentrarse en su papel, soñaba con viajar al futuro y protagonizar Sexo en Nueva York. Compras, fiestas, cócteles y "Manolos" con la excusa de escribir sobre cuestiones bizantinas.


Doblé entonces la esquina, prologados mis pasos por el sonido del agua humedeciéndolo todo, y quedé embargada. No sé cuánto tiempo duró el éxtasis (en bucle ensoñación-camelancia), pero sí recuerdo lo que me sacó de él:  el pisotón de un turista japonés. Más que por dolor, por lo ridículo de las circunstancias en que se produjo. ¿Cómo pueden los japoneses fotografiar en posición de defecar en el campo? Pues pudiendo. Y sí, lancé una monedita que nunca sabré si cayó de cara, de cruz o de canto (cosas más difíciles se han visto). Tratando de domar la doble vertiente de mis aguas y el destino entre tritones; dispuesta a amanecer, en pocas horas, escuchando rugir de cerca a los leones.




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