lunes, 16 de enero de 2012

Carcomas en París





Pensé que si alguna vez paseaba París lo haría en otoño, con una gorra de lana calada en mi cabecita loca y mis botas de charol rojo repeliendo la tristeza.


Comenzaría merodeando por el Mercado de las Pulgas, donde sucumbiría con placer a la tentación y me regalaría un libro de Balzac o Flaubert. Después tomaría un café latte y liaría un cigarro que encendería con fósforos, tal y como hacían los maestros de las letras en el S. XIX. Repasaría entonces al detalle, sentada en una terraza a cielo abierto, cada una de las fotografías tomadas en blanco y negro durante mi distraído caminar.


El peso del libro antiguo y de la cámara compacta en mi bolso no serían lastre para afrontar las dos horas a pie hasta la Basílica del Sagrado Corazón, donde dejaría que se llenaran mis ojos con la panorámica sublime de la ciudad de la luz y perdería la cuenta de los peldaños de las escaleras de su parque y de los giros de su deslumbrante carrusel.


Finalizaría la mañana deliciosa acallando los rugidos de mi estómago con una crêpe cocinada al momento en cualquiera de los puestos callejeros; y así, con el resbalar descuidado del queso fundido por mis labios y el humear de los primeros bocados al contacto con mi lengua, pediría por enésima vez mi deseo. Esta vez, eso sí, in situ.


Y todo ésto lo pensé tratando de olvidar la rama; la puta rama que ella me regaló y que ideé usar como perchero en la habitación del bosque. Después de enfundarme mis queridas botas de charol rojas para bajar a la calle en medio del diluvio y arrojarla -hasta nunca más ver- al contenedor de la basura, controlando la naúsea.

Porque la misma carcoma que hizo acto de presencia hoy, después de tantos meses, escupiendo serrín sobre la ropa recién planchada, llevaba ya tiempo jodiéndolo todo por dentro, supongo, de un modo invisible e imperceptible. Como jodida estaba nuestra amistad, sin que yo supiera verlo. Entre el carcomer del xilófago y el reconcomer de la envidia.


Y todo ésto, por principios, tendría que escribirlo.



2 comentarios:

  1. Le regalo mi gorro de lana que repele a la perfección el frío y la carcoma.

    Subamos andando todos los peldaños hasta llegar al Sacré Coeur. Nos sentaremos en el último, yo sacaré una mantita de la mochila y usted los cigarrillos. Y que vengan a echarnos si se atreven.

    Viajando siempre con usted, darling.

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  2. Y yo se lo acepto siempre y cuando usted acepte mis manoplas y comparta un pedacito de crêpe.

    No le digo más porque ya lo sabe usted casi todo: que al viaje imaginario (de descanso) le siguió el verdadero (cansado) y que con usted, darling, me voy al fin del mundo.

    Besos y champagne francés, que no se diga Mrs.

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