"No soy marinero por vocación. Un día me eché al mar en una nave desvencijada con el cuerpo surcado por cicatrices. Cuando la costa no era más que una línea borrosa a mis espaldas y el estruendo de las olas al romper contra las rocas era tan sólo un recuerdo, decidí arriar velas. Aprendí a apreciar el sabor amargo del agua y a disfrutar de las formas espumosas que ésta crea al chocar contra el casco. En lugar de hacer de la calavera y las dos tibias mi enseña, me encerré en mi camarote con mi cuaderno de bitácora y pilas de libros ajados a la espera de vientos más propicios.
Pero se que no es buena esta soledad que me cala los huesos. Por ello he levado anclas y me dejo arrastrar por la corriente. Desconozco dónde me llevará ni si me guiará hasta tierras donde mis palabras y mis silencios sean entendidos. Temo igualmente haber perdido la capacidad, si acaso alguna vez la tuve, de comprender otro lenguaje que el murmullo de las olas.
Gracias por pagar mi rescate.
Mientras tanto viajo apoyado en la barandilla, mirando con mi catalejo a los barcos que atracan, parten, encallan o naufragan, y me pregunto si esa vida está hecha para mí. A veces envidio la insensatez de aquellos que se inmolan, embistiendo contra las rocas o lanzándose al vacío, en pos de una quimera en la que quiero creer y no creo. Pero no puedo evitar ser como soy, con mis defectos y mis defectos.
Hasta aquí este mensaje en una botella. "
Gracias por pagar mi rescate.