miércoles, 11 de julio de 2012

Semana rojo oscuro (casi negra)




Todos los días tienen los bordes afilados como una lata de atún
 y el cielo cuelga de un gancho de carnicero.



Héroes,
R. Loriga
 
 
 
&
 
 
El carnicero que se mancha a diario las manos de sangre lo hace por supervivencia. Cada noche, obsesionado por eliminar  el rastro que se le mete bajo las uñas con agua y jabón, se araña la epidermis con un cepillo de cerdas. Todo vestigio de lucha, cuchillo en mano, se pierde al final del día por el desagüe mientras contempla sus dedos en carne viva.
 
 
El matarife que decapita gallos al alba se niega tres veces a sí mismo y cierra el pico, obligado, en cada toque de diana. Cuando asume que no es multimillonario ni lo será nunca, procede a deslizar la afilada hoja con mano firme y gesto rutinario. Bajo el mono impermeable, el gorro aséptico y las botas de media caña, luce su propia cresta a modo de homenaje exculpatorio. 
 
 
La enfermera que comprime la femoral disecada sin tiempo para enguantarse, siente el latido ajeno y tenue bajo sus dedos ensangrentados cada segundo de los quince minutos que tarda en detenerse la hemorragia arterial. Contempla la metaformosis del charco líquido en una amalgama de fibrina y evoca, por daltonismo, montones de crisálidas saliendo del letargo.
 
 
A todos, indistintamente, les crujen las rodillas, el esfínter anal y la conciencia de clase cuando escuchan que los vampiros, metidos a políticos y reunidos en el congreso de los diimputados, anuncian nuevas sangrías. Y les asalta la duda de si sería más conveniente colgarlos de un gancho y despiezarlos, degollarlos sin tiempo para últimas voluntades o dejar que se exanguinaran entre dolorosas convulsiones antes de guardarlos en el congelador y esperar para servirlos, como plato único, en la extraordinaria comida de Navidad.
 
 
Ataúdes de hielo y mucho ajo, recomiendan los expertos.
Y una estaca atravesándoles el corazón, si lo tuvieran.
 
 
 

8 comentarios:

  1. Todas las revoluciones que en el mundo han sido comenzaron por una subida de impuestos desmesurada e injusta.

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    1. Si no recuerdo mal, y seguro que lo hago porque retengo poco y con alfileres, Alexis de Tocqueville explicaba la Revolución francesa (ni más ni menos) por la coexistencia de dos circunstancias: de un lado el levantamiento de los campesinos y de otro la crisis previa del Estado.

      Cambiemos campesinos por curritos de a pie (sepan o no labrar la tierra) y pensemos hacia dónde nos encaminamos. Que por más oxidadas que estén las guillotinas, como sigan apretando a los de siempre, empezarán a rodar cabezas.

      Si en diciembre no tengo ni para el turrón, querido, dígame que puedo pasar la Nochebuena en su casa. Y viceversa.

      Besos de guardia.

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    2. La subida de las gabelas (el impuesto de la sal) fue uno de los desencadenantes de la Revolución Francesa. Lo contaban muy bien los chicos del Theatre du Soleil en "1789" que no sé si la peli se podrá encontrar en Internet pero merece la pena.

      Si esta Nochebuena no tiene para turrón véngase a cenar con la familia Monster que donde cabemos 26 caben 27.

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    3. Buscaré la recomendación, gracias.
      Y gracias también por la invitación; llegado el caso, llevaré silla y un bocata por si me toca cenar a su lado.

      Subir la sal. Qué hijos de puta...

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    4. La gabela era todavía más maquiavélica de lo que parece. Cada persona tenía que comprar al año, obligatoriamente, varias libras de sal, procedente de las salinas reales, a un precio diez veces superior al de mercado.
      En Suecia existía hasta hace poco y no sé si existe aún, un monopolio del Estado sobre las cerillas e introducir fósforos podría acarrear una condena por contrabando. La vendedora de cerillas del cuento aparte de una muerta de hambre y una friolera de cuidado era una delincuente habitual.

      Comparto su opinión sobre los recaudadores de impuestos y los recortadores de sal arios. Por cierto, ¿Qué era Aznar antes que presidente?

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    5. Querido mío,
      Ser friolera y delincuente no son condiciones excluyentes. Se lo digo con conocimiento de causa.

      Y Aznar era ¡funcionario!
      Lo leo y me quedo muerta. No ojiplática ni anodada. Muerta.

      Insisto porque existo: hijos de puta. La sal no se toca. El tequila tampoco.

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  2. Querida mía,

    El día que saque a relucir mis cuchillos, me enfunde mi traje amarillo KillBill y comience con mis particulares recortes de cabezas creo que ya no habrá marcha atrás.

    Júreme, darling, que vendrá usted a visitarme a la cárcel.

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    1. Dispuesta estoy a ser su Sancho Panza (flaquita y sin burro, pero entregada).
      No tiene más que silbar.

      Jurado queda, darling.
      Si me dejan salir de nuestra celda.

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