Ah, princesita,
siempre es tiempo de té.
Ahora va a resultar que en Alicia en el País de las Maravillas hay un bebé cerdo. Y un lirón. Y juegos de lógica matemática. Y construcciones verbales con doble sentido que exigen para su comprensión nivel de inglés experto. Y más referencias a la droga que en Las Barranquillas. Todo un mundo secretamente maravilloso para mí desconocido por haber caído en la trampa mortal de ver la película sin leer el libro. Doy por buena esta sensación de idiocia sin parangón con la que vivo desde ayer tarde porque al menos -eso me salva- he leído Rayuela.
Lo peor mejor del caso es que tantos descubrimientos vengan de la mano de un amigo sin gato ni sombrero dispuesto a parar los relojes para urdir al detalle la aventura. Primero regalándome el libro en cuestión para que entrara en faena sottovoce. Después llevándome a comprar cardamomo a una tienda cualquiera situada en una calle casi verde sin que sospechara siquiera que la dueña del lugar y él andaban compinchados. Una vez allí, entre aromas con efecto psicotrópico y orugas azules escondidas entre tarros supuestamente herméticos, estaba vendida. Ya no tenía escapatoria porque había entrado sin paracaídas en otra dimensión. Para que no me asaltara el pánico y creyera seguir siendo quien siempre he creido ser, alguien citó de refilón a Cortázar: otra estratagema de despiste. Un juego más, amén del de naipes, que me enceló por cuanto tiene de camelancia inesperada. Por si no fuera bastante, me ofreció mirindar adaptándose a mis gustos y costumbres. En lugar de una silla en la Tea Party, me invitó a compartir un chocolate con churros sin etiquetas de "bébeme" y "cómeme". Con la pócima ya ingerida haciendo de las suyas en mi maltrecho vientre, se despidió hasta más ver, dejando inconcluso el cuento.
Con todo, la espiral de locuras y coincidencias del destino sigue su curso extraordinario. Y descubro que en 1832, tal día como hoy, nació Lewis Carroll. Conocido el dato en cuestión me asaltan serias dudas sobre si debiera o no felicitarle; y desde ahí, brotan más y más dudas como si nada. Me pregunto si todo lo ocurrido es producto de mi imaginación o real como la vida misma; si esa persona que a mí me encanta se habrá desencantado conmigo; si alguna vez un bebé (cerdo o no) dormitará en mis brazos; si más allá del sueño sobrevive la ilusión.