lunes, 28 de marzo de 2011

Coagulación intralineal diseminada



Se conocen en un congreso, en el vestíbulo de un hotel, mientras esperan el autocar que los llevará, a ellos y a treinta y ocho cirujanos maxilofaciales más, de vida turística.


[...] Por la noche, cuando les proponen participar en cenas de cocina egipcia o en concursos de karaoke, buscan el modo de coincidir en la cafetería donde, entre risas y bebidas no alcohólicas, pierden la noción del tiempo hasta la hora de cerrar. Los síntomas, entonces, resultan incuestionables: el amor les estalla en la mirada, aunque lo desprecian con la madurez de quien ha decidido no tropezar dos veces en la misma piedra.


[...]Los besos y las caricias que intercambian en el ascensor no son la torpe expresión de unos debutantes sino los de una pareja experta. En el momento de desnudarse -el uno al otro, saboreando tanto el contenido como el ritual de abrir el envoltorio-, se miran con la voluntad de que ésta sea la primera, la única y la última vez: tres noches en una.


[...]Ninguno de los dos dormirá: pensarán el uno en el otro. Sabrán que las últimas horas no se parecen a otras emboscadas estrictamente sexuales.


[...]Durante unos segundos, sin embargo, les quedará la sombra de una duda atrapada en el subconsciente. La sospecha de que quizá hubiera merecido la pena arriesgarse y que, pese a las medidas de prevención desplegadas para evitar la dependencia de los sentimientos, pese a la estrategia de no dejarse embaucar por la lógica del amor, quizá habrían recogido, en resumidas cuentas, más beneficios que pérdidas.



La máscara mortuoria. Tres maneras de no decir te quiero.
La bicicleta estática, Sergi Pàmies.

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Tres bailes de lujo en una única pista: dos agarraditos -con la vida y la muerte- y el de non suelto -con una servidora-. Sin vestidos de gala ni reverencias formales, terminan los pies doliendo. Los pasos se hacen imprecisos según avanza la noche. Se acaba el hielo antes que la noradrenalina y el trago presume de resaca a medio plazo.


Un trozo de tela blanco, otro azul, un cordón y dos trozos de plástico inflamable. Poderosas armas para sentirse seguro en la batalla; para mantener el equilibrio en la resbaladiza pista.


Una senda de huellas de hormigas, avanzando en hilera. La acidez de la saliva del primer despertar, tardío, al nuevo día. El no querer pensarlo y no saber dejar de hacerlo.


Contubernios a deshora, Mrs. Nancy Botwin


2 comentarios:

  1. Querida Mrs. Botwin

    De vez en cuando una cuerda estalla con un chasquido y el baile se detiene tras un chirrido desentonado. Pero la música continúa sonando en esta local pista de baile y, a su compás, nuestros cansados pies siguen ejecutando nuevos pasos y, de vez en cuando, dan un torpe traspié.

    No hace falta un atuendo aparatoso para llegar a ser personaje del Universo Marvel ni una visión con rayos X incorporados para poder detectar su valía.

    Saliente del coma,
    Uskglass

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  2. ¡Ay querido!

    No se puede bailar lambada cuando suena una marcha fúnebre. Eso es todo.

    Tampoco se puede esperar que el sonido nunca distorsione por más que uno se afane en ecualizar y cuidar cada armónico.

    Cantando y bailando para espantar mis males.
    Saliendo del coma con usted; punto y seguido.

    Besos desde Palacio, Rey Cuervo.

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