miércoles, 2 de marzo de 2011

De forenses y suspenses





Me dirijo con premura a la consulta del psiquiatra. El insigne Doctor corrobora la peor de mis sospechas aseverando -sin dejar de torcer el labio inferior en una mueca indiscreta- lo que yo intuía. Nunca seré Frank Sinatra ni me volveré de la misma condición que aquella hembra con la que el susodicho compartía colchón. Carámbanos y retruécanos prologan un diagnóstico que niega mis pretensiones de animal bello en grado superlativo al tiempo que me sitúa en la diatriba de la reflexión sin claro sujeto patológico. Síndrome de alienación parental, S.A.P. para los amigos. Esas son las palabras del llanero solitario, justiciero y generoso, antes de poner pies en polvorosa a las puertas del Hotel Palace.


Así se las gasta quien ora le da pábulo a un taxista radical y ultraderechista, ora ríe con socarronería imaginando su hipotética partida en aras de salvar Georgia y su devastada monarquía con un bocadillo de gambas envuelto en papel de periódico. Porque siempre nos quedará un París de tertulias y el regusto de un país de Azañas y Machados. Con sus cerrados, sus sacristías y ese espíritu burlón de alma "inquieta" que dicta a vuelapluma la clase magistral del metabolismo del hierro mientras acuña gallofadas de bragueta prieta. Ese doctorcito mío recibe en batín a horas intempestivas. Destila experiencia, sabiduría y mala leche. Comparte mantel con gentes de alta cuna y calla más que otorga.


Un tipo peculiar que, dicho sea de paso, me brinda el privilegio de compartir su locura y aprender de su cordura. Un gusto ser de usted la bien pagada.

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