sábado, 10 de octubre de 2009

Muriendo de siesta


Una vez pasado el sentimiento de sorpresa, se sentía cansado. Uno se pasa toda la vida preparándose para algo. Primero se enfada. A continuación quiere venganza. Después espera.
El tiempo lo conserva todo, pero todo se vuelve descolorido, como en las fotografías antiguas, fijadas en placas metálicas. La luz y el paso del tiempo desgastan los detalles precisos que caracterizan los rostros fotografiados. Hay que mirar la imagen desde distintos ángulos y buscar la luz apropiada para reconocer el rostro de la persona cuyos rasgos han quedado fijados en el espejo ciego de la placa. De la misma manera se desvanecen en el tiempo todos los recuerdos humanos. Luego, en algún momento inesperado, nos llega un rayo de luz...


En el buzón de tiempo
cantan pájaros baladas de quizás,
pronósticos de lluvia.
Se corresponde la correspondencia
con el censo de miedos y corajes.
En el buzón de tiempo
las palabras se fraccionan en sílabas y llantos,
otras se juntan como peces
que huyeron de su orilla y algunas más
se reconocen en las navajas del silencio.
Tengo los pies desnudos para entrar en el siglo
el corazón desnudo y la suerte sin alas.
Vamos a no estrenarlo con quimeras exangües
sino con el dolor de la alegría.


Muriendo de siesta con dos buenos amigos. Sándor Márai y Mario Benedetti respectivamente.
Porque antes que nosotros lo dijeron otros mejor.

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