sábado, 1 de mayo de 2010

Whitehouse?


No soy Ilsa Lund.
No me suena ese tal Rick Blaine.
No hay piano. No hay canción.
Ni necesidad de despedidas, de nuevo.

Nadie dice "Tócala otra vez, Sam" en los 102 minutos de Casablanca. Cómo llegó esa frase inexistente a convertirse en la más célebre de la película es un misterio que no he logrado descubrir. Dicen los entendidos que, siendo una producción sin pretensiones de gloria, logró colarse en la lista de las mejores películas por la química entre Bogart y Bergman.

Es lo que tiene el cine: te hace creer que quien elige entre virtud y amor se aferra a ese "Siempre nos quedará París" para no perderlo todo. Y que, en tales condiciones, es posible vislumbrar el inicio de una gran amistad.

Pero no es cierto. Despegó el avión por fin. Ya iba siendo hora.

2 comentarios:

  1. Bueno, ten en cuenta que es una gran amistad con marcados tintes homosexuales, y sin la partida del avión siempre hubiera quedado larvada. Besitos.

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  2. Vienen a mi cabeza grandes amistades que resultan sospechosas. Algunas archiconocidas, como la plushophilia bidireccional de Sesame Street. Otras más privadas.
    Bienvenido al Club de los B... (botwinistas?)
    Besos exentos de sospechas y llenos de mí.

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