martes, 8 de noviembre de 2011

Shortcake de guisante




Deja dormir en paz, necio guisante.

Desiste en tus esféricas razones,
que ya me tienes hasta los colchones
de lo que te mandara hacer Violante.

¿Qué va a pensar mi dueña y qué mi amante?
A qué tanto pinchar reputaciones
si no te salvará ni Indiana Jones
cuando en la senda estés del elefante.

Tu sola presunción me es tan molesta
que crudos ni cocidos ni al jamón
consigo soportaros en la siesta.

Y ahí sigues, germinando en mi edredón,
robándole a mi paz lo que te presta,
haz sediento de luz y desazón.


Anti-dormeuse, Esther Giménez



&




Por la presente, yo, Pisum sativum, reniego de Mendel y sus seguidores (incluidos los del facebook). De sus leyes. De su condena. Él hizo puré mi vida.

Agradezco a Andersen que tuviera el detalle de meterme en su cama, aunque abusara de mí de malísima manera, para después alabar lo bello de mi flor -blanca e inocente, roja y apasionada- en un cuento que no tuvo la misma repercusión mediática que el de la princesita insomne y -presuntamente- anticoagulada. Lástima que, en un último giro inesperado, prefiriera a las perdices por su fácil rima con felices. Le propuse, por ponérselo sencillo; gigantes, acojonantes, alucinantes, fascinantes. No lo vio claro.

Las inflorescencias nacen arracimadas en brácteas foliáceas que se insertan en las axilas de sus hojas. Chúpate esa. Eso dicen de mí quienes me conocen y respetan. Pocos, bien es cierto.

Y se preguntaran los menos, ¿para qué esta declaración de intenciones? Les respondo y aclaro: para reivindicar mi verde (porque te quiero te perdono, Federico) y mi querido otoño (coño).

Al fin en mi salsa.


Apostasía de un guisante, Mrs. NB

.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Invitados al baile