sábado, 2 de junio de 2012

Mrs. Zamburiña (al natural)




Hay finales de traca, de barraca, de alharaca.
Hay finales que inZitan a volver al principio.



Una nunca sabe quién se esconde al otro lado, pero lo intuye.

No podrías decir si tu interlocutor vive más cerca del mar o de la montaña, si desayuna café solo, con leche o cereales. No podrías hacer un listado de sus rutinas diarias, ni dibujar a mano alzada un boceto de su rostro. Aún menos aventurar cuáles son sus más íntimos anhelos; pero, en el fondo de los fondos ultramarinos (donde no hay luz, escasea el oxígeno y no se entiende el concepto  imagen) algo te hace pensar que tú y él nadáis moviendo las aletas al compás.

Ese meneito sincrónico caudal, ese revoltijo de pompas nada corrientes en torno a la escafandra, es un hilarante misterio. Adictivo y reconfortante.

Lo que empezó con una petición de consejo profesional sobre la vestimenta más apropiada para un evento de común unión, formal y nada apetecible, siguió con un vilipendioso calificativo a modo de respuesta: ordinaria. Desde ahí, curioso punto de partida, hicimos del orden fiesta y del insulto caricia retorcida. Ingenioso intercambio de improperios (los suyos siempre más todo que los míos) al compás de las mareas del alfabeto completo.

Este insultarnos ha sido un placer, querido SuperPazzos.
Sin ánimo de que los argentinos malinterpreten mis palabras (sabiéndonos gallegos todos) le digo por la presente  que mi concha es su concha, que mi casa en su casa. Que aquí estoy para lo que usted mande y que esta respetuosa reverencia, que me descoyunta las corvas y el cayado aórtico, me nace del coraZón.




7 comentarios:

  1. Son las tres de la madrugada y llevo seis horas de traqueteada diligencia en el cuerpo por lo que no puedo expresarme con la claridad de ideas y la serenidad de espíritu que Su Excelencia merece, pero no puedo acostarme sin antes expresarle mi más profundo agradecimiento por su hospitalario ofrecimiento y mi rendida admiración por su barroco ingenio.

    Le advierto del peligro de rozarme las aletas porque padezco incontinencia caudal y a poco que me las rozan monto un cardumen. Y mejor no encienda la luz que los monstruos abisales no somos tan feos hasta que alguien ilumina nuestros bajos fondos.
    En el insulto, como en el mordisco amoroso, hay que aplicar siempre la presión justa para no causar desgarro.

    Ha sido un derrame de placer. Váyase pensando un nuevo juego. Me tendrá siempre con mi nariz pegada al cristal de su pecera.
    Besos con burbujas.

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  2. Yo también os insultaría largamente a ambos.

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    1. ¿Y a qué espera?
      Hemos comprobado (y hablo también por Pazzos sin ninguna autorización para ello) que insultar es de lo mejorcito que se puede hacer en esta vida. Se liberan endorfinas (finas, no vulgares) y se suda menos que corriendo. En resumen, una maravilla.

      Si quiere jugar la próxima vez, pídale permiso a SuperPazzos. Por mí no hay problema.

      Besos (no revenidos).

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    2. HombreRevenido, si es por ofender, y dado que se nos acabó el alfabeto, podríamos intercambiar gestos obscenos, que la mímica primate siempre fue muy rica y expresiva. Pero dudo que si nos hiciera un calvo enseñándonos su culo rojo de chimpancé tengamos muchas posibilidades de igualarlo en el combate.

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    3. Lo mismo digo, sin personalidad ninguna para añadir un pero al comentario de Pazzos.
      Bueno sí, empiezo atacando y le hago un alzamiento de rabo en toda regla. Qué ganas tenía de decir esa frase...

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  3. ¡Como mola esa Z! Me voy a hacer unas mallas de lycra con ella en el pecho y me voy a dedicar ha desfacer entuertos y a mantener a raya a los villanos y malendrines de Ciudad Tizón con el superpoder de mis megalorZZas.

    Se me ha ocurrido una forma de prolongar el juego. Esta vez sería el azar y no el alfabeto el que marcaría el compás de nuestras réplicas. Y podrá ser público o privado, en su mano lo dejo.

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    1. ¡Qué estará tramando!
      Me apunto.
      Respondo utilizando el pasadizo secreto: qué emoción...

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