El amor es una enfermedad de las más jodidas y contagiosas. A los enfermos cualquiera nos reconoce. Hondas ojeras delatan que jamás dormimos, despabilados noche tras noche por los abrazos, o por la ausencia de los abrazos, y padecemos fiebres devastadoras y sentimos una irresistible necesidad de decir estupideces.
El amor se puede provocar, dejando caer un puñadito de polvo de quereme, como al descuido, en el café o en la sopa o en el trago. Se puede provocar, pero no se puede impedir. No lo impide el agua bendita, ni lo impide el polvo de hostia; tampoco el diente de ajo sirve para nada. El amor es sordo al verbo divino y al conjuro de las brujas. No hay decreto de gobierno que pueda con él, ni pócima capaz de evitarlo, aunque las vivanderas pregonen, en los mercados, infalibles brebajes con garantía y todo.
El diagnóstico y la terapéutica, Eduardo Galeano
+
A menudo guardo objetos , en principio inapropiados, en la lavadora. Esto es: fotos, cables o incluso herramientas. Al principio era cuestión de espacio. Un día, por error, lo mezclé con la colada. En realidad, me divierte ver todo este tipo de cosas centrifugándose. Hay veces que meto dentro las fotos de mi última amante, a ver si así desaparece de una vez por todas.
Escribo por el mismo motivo por el que me lavo: porque me lo pide el cuerpo; es sorprendente cómo un gesto aprendido, el hecho de escribir, puede llegar a convertirse en instintivo. Con la música es igual, o tocas, o te meas encima. Las manchas de las cosas que amas son las más difíciles de quitar.
Amor y lavadoras, Julio de la Rosa
=
La cicatriz
de tu sonrisa
marca mi frente.
Hay pieles sin memoria,
no es el caso.
Queloides de una noche de verano, Mrs. Nancy Botwin