En la isla de Vancouver, cuenta Ruth Benedict, los indios celebraban torneos para medir la grandeza de sus príncipes. Los rivales competían destruyendo sus propios bienes. Arrojaban al fuego sus canoas, su aceite de pescado y sus huevas de salmón; y desde un alto promontorio echaban al mar sus mantas y sus vasijas.
Vencía el que se despojaba de todo.
Eduardo Galeano, El libro de los abrazos
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En verano, nos refrescábamos en la piscina. Subíamos a casa y nos adecentábamos para sentarnos a la mesa. Cruzábamos miradas cómplices y atentas para no perder un sólo guiño, un sólo beso lanzado al aire. Tu juego ganador, mis 31 de postre. Después conversábamos. En honor a la verdad, alguien hablaba y los demás le interrumpíamos. El señor marqués: su chófer, su musa y una intrusa. Reponíamos fuerzas juntos. Con uvas y queso.
Sólo tengo lo que he dado.
Nancy Botwin, El jardín de los tigres.
Bonito comentario Mrs. Botwin
ResponderEliminarSin nada, y desnudo
Kurtz
Coincido con Kurtz, qué bonito.
ResponderEliminarMuchas gracias por un recuerdo tan dulce, que me acompañará mientras viva. Aunque de sobra sabes que son muchos los recuerdos que no me abandonarán, recuerdos de entusiasmo, de sentido, de verdad. "Así sí (se puede vivir)", me gritaba el alma. Joder. Besos del chófer.
Me evoca su nombre las tinieblas de un corazón que aspirando el napalm olfatea la victoria.
ResponderEliminarGracias Mr. Kurtz
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Desde el sitio de mi recreo, que tan bien conoces, deixo o testamento feito...
Besos de la intrusa.
Dende o lugar do meu lecer,que tan ben coñeces ,deixo
ResponderEliminaro testamento feito.
Bicos da intrusa.
Xa que escribes galego, faino ben
Meu caro Catkiller;
ResponderEliminar¿Vió usted A fish called Wanda?
Con que lo hable usted es más que suficiente...