Tomé el teléfono y segundos más tarde una voz aterciopelada contestó.
-"Entiendo que usted puede arreglarme una hora de buena charla"
-"Claro, amor. ¿Qué tienes en mente?"
-"Me gustaría discutir Melville" .
-"¿Moby Dick o novelas más cortas?"
-"¿Cuál es la diferencia?"
-"El precio. Eso es todo. El simbolismo cuesta extra. Cincuenta por Moby Dick, le gustaría una discusión comparada... Melville Hawthrone, podríamos arreglarlo por unos cien. ¿Quiere una rubia o una castaña?"
-"La espero en el Plaza. Sorpréndame" dije y colgué.
A los pocos minutos de llegar a la habitación del hotel, una pelirroja de cuerpo dudoso golpeó la puerta.
-"Me sorprende que nadie te haya parado vestida así, el conserje usualmente detecta con facilidad a las intelectuales."
-"Con un billete de cinco no distingue nada".
-"Bueno, ¿comenzamos?", dije, y la llevé hacia el sillón. Ella encendió un cigarrillo y dijo:
-"Creo que podríamos comenzar encarando Billy Budd como la justificación de Melville a la creencia en Dios, nést-ce pas?"
-"Interesante", dije." Aunque no en el más puro estilo Miltoneano". Era una finta, me interesaba ver si valía para el oficio.
-"No, El paraíso perdido carece de subestructura en pesimismo".
Valía. -"Cierto, cierto. ¡Dios!, tiene razón." Murmuré. -"Creo que Melville reafirma las virtudes de la inocencia de una forma naif y a la vez sofisticada. ¿Está de acuerdo?"
Yo dejé que ella siguiera. Apenas tenia diecinueve años, pero ya había adquirido esa ductilidad encallecida de una pseudo-intelectual. Tiraba ideas, pero todo era mecánico. Cada vez que yo emitía una introspección ella simulaba una respuesta: -"Oh, sí Káiser, sí amor, eso sí que es profundo". Una platónica comprensión de la Cristiandad. ¿Cómo es que no lo había pensado antes? Gemía plena de satisfacción. Conversamos por una hora y luego dijo que debía irse, no sin antes enunciar que aún tenia mucho para ofrecerme. Esto lanzó mi curiosidad. -"¿Qué es lo que quieres decir?"
-"Supón que quisieras tener ...una fiestecita. Una del estilo Noam Chomsky explicada por dos mujeres. Eso te costaría mucho. También por cien una mujer puede prestarte los discos de Bartok , cenar y luego te permitiría mirarla mientras tiene un ataque de ansiedad. Por trescientos te puedo ofrecer una judía castaña que pretende buscarte en el Museo de arte Moderno, te deja leer su master, y hasta mantendría una agria y audible discusión sobre la concepción de Freud sobre la mujer, y luego simularía el tipo de suicidio de tu preferencia. Una velada perfecta, para algunos hombres".
Woody Allen, La puta de Mensa.