martes, 4 de agosto de 2009

Esnifar los rayos del sol y descongelar el cerebro.




Y sentir que no estamos muertos.

Era el momento exacto en que la noche se separa del día, el mundo inferior del mundo superior. Es un instante misterioso: los antiguos paganos lo celebraban en medio de los bosques, con devoción, con los brazos alzados, con el rostro vuelto hacia Oriente, en una espera mágica, la misma que renace una y otra vez en el corazón de los humanos, atados a la materia, que anhelan el momento de la llegada de la luz, o sea, de la razón y el conocimiento.

También existen instantes en que no es de noche ni de día en los corazones humanos, instantes en que los animales salvajes salen de su escondite, de las madrigueras del alma, y en que tiembla en nuestro corazón y se transforma en movimiento de nuestra mano, una pasión que hemos tratado de domesticar durante años, durante muchísimos años...

Sabía que no podía moverme, porque mi destino en aquel momento ya no dependía de lo que yo decidiera; algo había madurado, algo tenía que ocurrir según el orden y la manera que correspondiesen. Sí, las palabras vuelven. Todo vuelve, las cosas y las palabras avanzan en círculo, a veces atraviesan el mundo entero, siempre en círculo, y luego se vuelven a encontrar, se tocan y cierran algo.

Comprendí también otro detalle, aunque de una manera un tanto confusa: las cosas empezaron a hablarme aquel día, ocurrió algo, la vida se dirigió a mí. Así que me dije que convenía prestar atención. Ya que el lenguaje simbólico y peculiar de la vida nos habla de mil maneras distintas en días así, y todo sucede para llamar nuestra atención, cada señal y cada imagen, lo único que falta es comprenderlas. Las cosas maduran y responden de repente. Esto pensé. En aquel momento pensé y comprendí o creí comprender muchas cosas. Comprendí y pensé lo que había ocurrido aquel día: que mi vida se había partido en dos, como un paisaje fracturado por un terremoto. A un lado había quedado la infancia, la juventud, tú, con todo lo que la vida pasada significaba, y al otro lado empezaba el espacio poco definido, poco abarcable, que me tocaría recorrer el resto de mi vida. Y las dos partes de mi vida ya no estaban unidas. ¿Qué había ocurrido? No sabía qué responder.

S. Marai, El último encuentro.

2 comentarios:

  1. Qué difícil, querida, es a veces sentir que no estamos muertos. Creo que estaba más viva antes cuando escuchaba Platero a ahora que escucho a su Bunbury y a mi Antony. Sería el alcohol que corría por mi venas.

    Buenas noches y buenos sueños.

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  2. Querida Mrs. O'Hara...

    Usted sabe que la intensidad se siente, como todo en la vida, por comparación.
    No se asuste de este valle. Coronó cimas y descendió sólo para subir de nuevo. Cuando sea momento, el adecuado, no habrá quien la pare. Estoy segura.

    Entre tanto, hágame un favor: prepare lo necesario sin prisa y trate de descansar.

    Un abrazo darling. Con buena música y nuestro vodka-tequila.

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