domingo, 23 de agosto de 2009

Evita bailando con Agustín




En la grosería de estos tiempos mezquinos
hasta la virtud debe solicitar el perdón del vicio.
Shakespeare.


Diestra en ejercicios de malabarismo moral, la sociedad actual transmuta el vicio en virtud con la sola condición de que sea pregonado a los cuatro vientos, confunde la desfachatez con la sinceridad, la espontaneidad con la interiorización acrítica de valores prefabricados, condena toda inhibición como axiomáticamente mórbida, ensalza el permiso autocondedido para la caída al vacío como actitud liberadora y hace del exhibicionismo de la vileza condición digna de loa y respeto.

La fragmentada y fragmentadora mente del racionalista occidental no es capaz de concebir una realidad que no sea susceptible de ser desmontada en piezas, como si de un mecanismo se tratase. Así, tomando elementos dispersos de aquí y de allá, se fabrica un yoga que ignora el hinduismo, un zen que no tiene nada que ver con el budismo o un sufismo escindido totalmente del islam. En suma, unas doctrinas empobrecidas y tergiversadas, privadas de raíces y de savia cuya anemia teórica no es disimulada, sino subrayada, por un amasijo metodológico donde se confunde el yoga con la gimnasia, el sufismo con la danza, el taoísmo con las artes marciales, el tantra con el incremento del placer sexual, y se mide el karma en términos de contabilidad bancaria y rentabilidad económica. Cualquier asomo de pretensión noética es asfixiado por una inacabable profusión de técnicas que, previo pago de los correspondientes honorarios, nos permitirán conocer nuestras existencias pasadas, contactar con los ángeles, realizar milagros o tocarle las plumas al Espíritu Santo; así se va construyendo una Babel confortable y profiláctica que rehúye de antemano elevarse demasiado para evitar cualquier vértigo. [...] Pero qué más da... Lo que importa es fluir.

Agustín López Tobajas, Manifiesto contra el progreso.

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